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ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS |
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Y Demás/Música Rolling Stone y yoLuego de una ausencia volví a toparme con la edición norteamericana en los estantes locales. Fue como reencontrar a ese amigo que nos irrita, alegra, entretiene y queremos conservar SEPTIEMBRE, 2006. Tengo en mis manos el número más reciente de la edición norteamericana de Rolling Stone. Tiene en la portada a Bob Dylan, uno de los tres iconos de la revista (los otros son Mick Jagger y John Lennon) que por lo menos reciben una portada por año, y de quienes se publica algo aunque no estén haciendo nada aunque, bueno, de Lennon, como es lógico, lo único que queda es escribirle otro obituario para la edición del próximo diciembre. El punto que refería al principio no es gratuito: después de casi tres años, la edición norteamericana del Rolling Stone comenzó a distribuirse nuevamente en México. Ignoro la razón, pero sospecho que algo tuvo que ver la salida de Rolling Stone México; quizá alguien pensó que, ya con los textos en español, nadie se interesaría en adquirir la revista norteamericana; tal vez se detuvo la llegada de aquélla revista para impulsar, de modo forzoso, la venta de la edición mexicana. Si esto último es cierto, me pregunto entonces cómo es que Playboy USA no dejó de llegar acá mes tras mes una vez que Playboy México salió a la venta. ¿Sería porque la buenez femenina no precisa sabe otra lengua? (Y quien lea con frecuencia fasenlinea no tardará en intuir que nunca he comprado ni me interesa la edición mexicana de Rolling Stone; con cada hojeada rápida que le doy en un Sanborn's, me convenzo más que estoy tomando la decisión correcta). Por ello no dejó de alegrarme que, hace poco más de un año, encontré la edición en inglés nuevamente en el estante con la portada de la magnífica --por lo menos en lo físico; como actriz aún le faltan muchos kilómetros de experiencia-- Jessica Alba. Fue como un reencuentro con ese amigo cuyas ideas son distintas a las nuestras pero igual disfrutamos su compañía; fue como volver a ver a ese amigo que nos irrita un rato pero a los cinco minutos nos deleita con sus anécdotas o su información y nos deja con ganas de verle pronto, precisamente dentro de quince días. Así fue como me sentí al ver de nuevo a la edición gringa de Rolling Stone. Se la había pedido a amigos y familiares que iban a Estados Unidos; a veces la traían pero otras preguntaban al volver "¿Oye, y cómo me dijiste que se llamaba la revista?", o peor aún, "en la tienda dijeron que no tienen revistas sobre los Rolling Stones", etcétera. ¿A quién atribuir tan feliz retorno? Quizá DIMSA, la principal distribuidora de revistas extranjeras en este país, escuchó la voz de quienes pedían el regreso de ésta y otras revistas a los estantes --no todos, la Rolling Stone sólo se encuentra en revisterías muy focalizadas-- o súbitamente recordó que por años había importado esta revista o, como leí no recuerdo dónde, la edición de Rolling Stone México vive casi en su totalidad del subsidio de la compañía editorial que compró los derechos pues no ha logrado tener el impacto en ventas que se esperaba. Como sea, y lo reitero, fue un reencuentro feliz. Había sido una ausencia forzada que, para colmo, descompletó mi colección. Recuento de gustos y corajes El primer número que compré de Rolling Stone fue en 1986, con Bruce Willis en la portada. Por aquel entonces el actor aún tenía pelo y estaba en la cúspide gracias a la serie Moonlighting. En el artículo hablaba sobre su intención de volver al cine con cintas de acción y que estaba en "fuertes pláticas" con los estudios aunque "no quería adelantar nada". Poco después Moonlightning dejó de transmitirse y Willis pasaría a convertirse en el policía John McClane. Lo curioso es que Willis era comediante, luego actor de acción, y cuando quiso volver a la comedia (casos concreto: Hudson Hawk, de 1992) los resultados fueron desastrosos. Aquel ejemplar también incluía un texto sobre Al Green, figura del soul que dejó todo atrás para convertirse en ministro; un texto sobre las mafias involucradas en la payola, uno más sobre Hugh Hefner y su imperio Playboy, otro artículo sobre dos fanáticos protestantes que visitaban las universidades de Estados Unidos y el artículo con Willis. Eso bastó para convertirme en lector asiduo, así fuera con un diccionario al lado, de Rolling Stone. Todavía entonces la revista no llegaba aquí con regularidad de modo que me perdí de algunos números, aunque de ese 86 adquirí los ejemplar donde Michael J. Fox, Boy George, Billy Joel, Cybill Sheperd y Huey Lewis aparecieron en la portada. El año siguiente fue aún mejor, pues Rolling Stone celebraba sus 20 años de existencia. Para el efecto hubo varios números especiales, como el de los mejores álbumes y otro, un ejemplar de tamaño más grueso con entrevistas a Mick Jagger, George Harrison, Paul McCartney... todas las figuras importantes del rock aquel entonces. Entonces comencé a notar algo más: las entrevistas políticas se hicieron únicamente a políticos demócratas, como George McGovern, el candidato derrotado por Nixon en 1972, Edward Kennedy, el alguna vez senador Tom Hayden (y alguna vez miembro de los yippies junto con Abbie Hoffman, y quienes boicotearon la Convención Nacional Demócrata de 1968), Timothy Leary, el "promotor" del LSD. En fin, aquel ejemplar repartía su material entre el rock, los demócratas y la contracultura, esa misma que Joseph Heath y Andrew Potter llaman "la lucha inútil" en su recomendable libro Rebelarse Vende. Por supuesto que constituiría un tedio mayor leer las kilométricas entrevistas de los políticos demócratas gringos, pero lo hice, aunque fueron mucho más disfrutables las conversaciones con los músicos de rock. Sin embargo, y si fuera exclusivamente por la música, estoy seguro que habría dejado de comprar Rolling Stone desde hace tiempo. Algo que debemos reconocer a Jann S. Wenner, el fundador de la revista, es la mezcla de contenidos entre la música, la política y la sociedad norteamericana. Se puede estar de acuerdo o no con lo que publica, como ocurría con William Greider, su analista político, porrista conspicuo de la revolución sandinista y de quien acepto hice varios corajes por su intolerancia a otras ideas --hagan de cuenta el señor López en estos días-- pero aún recuerdo, con enorme sonrisa, aquel texto suyo donde llamó "Presidente Dukakis" a alguien que todavía era candidato presidencial y a quien sus correligionarios han olvidado desde hace rato.
No podemos pedirle pues a Rolling Stone la perfección ni la agudeza de O'Rourke para predecir lo que vendrá. En un ejemplar con la portada que nos presentaba "el futuro del rock" y que apareció en 1995 vemos hoy que de todos los grupos y cantantes que resaltaban como "promesas" prácticamente ninguno, con excepción de Pearl Jam y Beck, llenó los deseos de los críticos de la revista. ¿Qué fue de Liz Phair, Hole, Babes in Toyland, Henry Rollins, Weezer? La triste ironía de todo ello radicaba en que entre en el "futuro del rock" se incluyó a Nirvana, cuyo líder, como sabemos, se había pegado un tiro menos de un año antes. Pero, al igual que con la fallida predicción del "Presidente Dukakis", Rolling Stone no es el mejor sitio para hacer apuestas. Hay otros momentos que no me tocó vivir de Rolling Stone pero que también son parte de la leyenda, como el de un especial aparecido en 1992, con motivo de los 25 años de la revista, Cameron Crowe recordó lo que tuvo que hacer para que los miembros de Led Zeppelin aceptaran una entrevista, la cual detestaba Jimmy Page pues a todos sus discos les había puesto bajísimas calificaciones. Es una historia que más adelante Crowe retomaría para el guión de Almost Famous, una historia semiautobiográfica de uno de los mejores periodistas que han desfilado por sus páginas. A propósito de una historia luego hecha película o seria de televisión, Rolling Stone lleva una interesante primicia. Hace algunos años Johnny Depp protagonizó Blow, la historia de un narcotraficante que terminó traicionado por Carlos Lehder, todo ello basado en una historia real. Pues bien, en 1995 Rolling Stone publicó la historia. Otra más: en el 98 publicó un texto sobre una familia extravagante de Beverly Hills que tenía como vecino al ultraconservador cantante Pat Boone. La pareja tenía tres hijos aunque uno de ellos vivía separado; los otros dos eran vistos como bichos raros en su escuela. Él era un legendario cantante de Heavy Metal que soltaba altisonantes en cada frase y su esposa Sharon su representante artístico. Quien llevó The Osbornes a MTV sin duda tuvo la idea cuando leyó este artículo de Rolling Stone. Hay aspectos francamente irritantes de Rolling Stone: el más claro es la mención de Mick Jagger, ya sea en foto, texto o vaga referencia, tanto así que hasta la revista parece ser el paparrazo oficial del conocido cantante. De hecho, y que yo sepa, Rolling Stone fue la única parte donde dieron altísimas calificaciones a sus álbumes solistas, todos ellos prácticamente malos; o que cierto crítico haya alabado un experimento de Keith Richards llamado The X-Pensive Winos y cuyo material es inescuchable, por lo malo. En este reencuentro he visto cómo Rolling Stone trata, por lo visto con relativo éxito, de volver a sus tiempos underground de los sesenta, cuando su postura contra la guerra de Vietnam le hizo ser parte importante de la contracultura norteamericana. El pretexto, claro, ha sido la invasión a Irak, la cual ha tratado de ser equiparada con el conflicto en la antigua Indochina. Sin embargo, a principios de año la revista publicó un reportaje donde se remarca lo infructuoso que ha resultado el movimiento pacifista en la era de George W. Bush. Con lo anterior no hace falta resaltar el desprecio que Rolling Stone tiene a quien actualmente mora la Sala Oval de la Casa Blanca y la ilusión de ver al senador Al Gore --el mismo que recomendó como un documento ver la película The Day After Tomorrow y luego produjo él mismo su propia cinta-- como quien llegue a ese recinto a partir del 2009. Curiosamente, durante los años de gobierno de Bill Clinton Rolling Stone lo criticó, en voz de su analista Greider, por las políticas económicas que habrían de darle a ese país una etapa de prosperidad económica de 1997 al 2000. Pero aunque la ideología de la revista es muy diferente a la mía, Rolling Stone ofrece colaboraciones periodísticas de primer nivel; si hay gente que dice que compra Playboy "por los artículos" --.yo no: me gusta adquirirla por la soberbia buenez de sus modelos--, de Rolling Stone es válido decir que la compró no tanto por la música, sumamente mala este lustro, sino por el resto de su contenido. Sin embargo todavía encuentro raro, y hasta absurdo, querer darle ese mismo toque serio a los textos que han escrito sobre Ricky Martin, Justin Timberlake, Christina Aguilera y Britney Spears y, claro, que críticos de rock que se acercan o rebasan los sesenta años --pienso aquí en Anthony DeCurtis, Greil Marcus y Kurt Loder, quien de Rolling Stone brincó luego a reportero de MTV-- que polemicen respecto a artistas cuyo nicho son los adolescentes, llámense Marilyn Manson o Blink 182. Como que gustar de esa música cuando ya se está en edad de tener nietos es signo inequívoco de inmadurez emocional. Hace unos años, y dada la dramática baja en ventas que tuvo a inicios de esta década, Rolling Stone optó por despedir a su editor anterior y contratar a otro que venía de la revista Blender, su competidora más fuerte (hay otra, llamada Spin, propiedad de Bob Guccione Jr., hijo del fundador de la desaparecida Penthouse, pero no la recomendaría ni para papel de envoltorio) tras lo cual hubo un rediseño y, aparentemente, se "recortó" notoriamente la extensión de los textos. El nuevo diseño está claro, no así lo largo de los artículos, lo que indicaría que las innovaciones no funcionaron: hace unos meses apareció un artículo sobre la Iglesia de la Cienciología con más de cinco páginas a renglón cerrado. Greider y O'Rourke, los dos analistas políticos, salieron de la revista hace uno par de años y ahora su espacio es cubierto por reporteros freelance. Hunter S. Thompson, otro colaborador habitual, se pegó un tiro el año pasado en su casa de Arizona; sus textos eran confusos, ininteligibles, y olían a humo ilegal, pero de todos modos alguien bautizó aquella capirotada como "gonzo writing". Recuerdo un ejemplar donde un texto de Thompson ocupó el 80 por ciento de todo el contenido, algo que desbalanceó mi apreciación adoración-odio hacia Rolling Stone, inclinándose muchísimo más a ésta última. Pero pese a todo, y tras casi dos años de ausencia en los estantes, me alegra ver de nuevo a la edición norteamericana de Rolling Stone por acá. Sé que necesitaré un nuevo librero para poner ahí los ejemplares más frescos (los otros dos estantes ya están saturados) y, claro, fue un orgullo que el número 1000 llegara a mis manos. Así pues, el milenio le llegó a Rolling Stone con unos años de atraso, algo que, bueno, nos habla de la peculiaridad de esta revista, sin duda una de las mejores que ha producido la industria editorial de Estados Unidos.
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[Octubre, 2005] |