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Martí, el periodista
El tercer año del Partido Revolucionario Cubano
(Patria, 17 de abril de 1894.
Obras
Completas, T 3, Editorial Ciencias Sociales, La Habana 1975, Pág. 138-143)
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Por el voto
individual y directo de todos sus miembros entra, con sus funcionarios
electos, en su tercer año de labor la empresa, americana por su alcance
y espíritu, de fomentar con orden y auxiliar con todos sus elementos
reales–por formas que con el desembarazo de la energía ejecutiva
combinan la plenitud de la libertad individual–la revolución de Cuba
y Puerto Rico para su independencia absoluta. Bello es, en el desorden
consiguiente a una larga e infortunada emigración, ver unirse en una
obra voluntaria y disciplinada de pensamiento activo a los hombres, de
todas condiciones y grados de fortuna, de la guerra y del destierro, de
los países lejanos y del Norte triunfante sobre la desidia y desaliento
que le vienen del continuo trato con la infelicidad de Cuba: y todos, de
Jamaica a Chicago, reiterar a su patria, con su confirmación libre del
partido de la independencia, la promesa de preparar por ella en el
destierro la redención que ella no puede preparar en el miedo, el
desmayo y la pasión de su esclavitud. Bello es ver confundirse en el
ejercicio de un santo derecho a los elementos diversos de un pueblo del
que sus propios hijos, por ignorancia o soberbia, a veces injustamente
desconfían; y levantar, ante los corazones caídos, esta prueba de la
eficacia del trabajo constante y del trato justiciero en las almas que
deja inseguras y torvas la parricida tiranía. Pero sería complacencia
vana la de ese espectáculo indudablemente hermoso, y funesta fatiga la
de ordenar un entusiasmo ciego y temible, si no fuesen raíz y poder del
organismo revolucionario el conocimiento sereno de la realidad de la
patria, en cuanto tiene de vicio y de virtud, y la disposición sensata
a acomodar las formas del pueblo naciente a los estados graduales, y la
verdad actual y local, de la libertad que trabaja y triunfa. Bella es la
acción unida del Partido Revolucionario Cubano, por la dignidad, jamás
lastimada con intrigas ni lisonjas ni súplicas, de los miembros que lo
componen y las autoridades que se han dado, –por la equidad de sus
propósitos confesos, que no ven la dicha del país en el predominio de
una clase sobre otra en un país nuevo, sin el veneno y rebajamiento
voluntario que va en la idea de clases, sino en el pleno goce individual
de los derechos legítimos del hombre, que sólo pueden mermarse con la
desidia o exceso de los que los ejerciten, –y por la oportunidad, ya a
punto de perderse, con que las Antillas esclavas acuden a ocupar su
puesto de nación en el mundo americano, antes de que el desarrollo
desproporcionado de la sección más poderosa de América convierta en
teatro de la codicia universal las tierras que pueden ser aún el
jardín de sus moradores, y como el fiel del mundo.
A su pueblo se ha de ajustar todo partido público, y no es la política
más, o no ha de ser, que el arte de guiar, con sacrificio propio, los
factores diversos u opuestos de un país de modo que, sin indebido favor
a la impaciencia de los unos ni negación culpable de la necesidad del
orden en las sociedades–sólo seguro con la abundancia del derecho–vivan
sin choque, y en libertad de aspirar o de resistir, en la paz continua
del derecho reconocido, los elementos varios que en la patria tienen
título igual a la representación y la felicidad. Un pueblo no es la
voluntad de un hombre solo, por pura que ella sea, ni el empeño pueril
de realizar en una agrupación humana el ideal candoroso de un espíritu
celeste, ciego graduado de la universidad bamboleante de las nubes. De
odio y de amor, y de más odio que amor, están hechos los pueblos;
sólo que el amor, como sol que es, todo lo abrasa y funde; y lo que por
siglos enteros van la codicia y el privilegio acumulando, de una
sacudida lo echa abajo, con su séquito natural de almas oprimidas, la
indignación de un alma piadosa. Con esas dos fuerzas: el amor expansivo
y el odio represor–cuyas formas públicas son el interés y el
privilegio–se van edificando las nacionalidades. La piedad hacia los
infortunados, hacia los ignorantes y desposeídos, no puede ir tan lejos
que encabece o fomente sus errores. El reconocimiento de las fuerzas
sordas y malignas de la sociedad, que con el nombre de orden encubren la
rabia de ver erguirse a los que ayer tuvieron a sus pies, no puede ir
hasta juntar manos con la soberbia impotente, para provocar la ira
segura de la libertad poderosa. Un pueblo es composición de muchas
voluntades, viles o puras, francas o torvas, impedidas por la timidez o
precipitadas por la ignorancia. Hay que deponer mucho, que atar mucho,
que sacrificar mucho, que apearse de la fantasía, que echar pie a
tierra con la patria revuelta, alzando por el cuello a los pecadores,
vista el pecado paño o rusia: hay que sacar de lo profundo las
virtudes, sin caer en el error de desconocerlas porque vengan en ropaje
humilde, ni de negarlas porque se acompañen de la riqueza y la cultura.
El peligro de nuestra sociedad estaría en conceder demasiado al
empedernido espíritu colonial, que quedará hoceando en las raíces
mismas de la república, como si el gobierno de la patria fuese
propiedad natural de los que menos sacrifican por servirla y más cerca
están de ofrecerla al extranjero, de comprometer con la entrega de Cuba
a un interés hostil y desdeñoso, la independencia de las naciones
americanas:–y otro peligro social pudiera haber en Cuba: adular,
cobarde, los rencores y confusiones que en las almas heridas o
menesterosas deja la colonia arrogante tras sí, y levantar un poder
infame sobre el odio o desprecio de la sociedad democrática naciente a
los que, en uso de su sagrada libertad, la desamen o se le opongan. A
quien merme un derecho, córtesele la mano, bien sea el soberbio quien
se lo merme al inculto, bien sea el inculto quien se lo merme al
soberbio. Pero esa labor será en Cuba menos peligrosa, por la fusión
de los factores adversos del país en la guerra saneadora; por la
dignidad que en las amistades de la muerte adquirió el liberto ante su
señor de ayer; por la peculiar levadura social que, aparte de la obra
natural del país, llevarán a la república las masas de campesinos y
esclavos emigrados, que, a mano con doctores y ricos de otros días y
próceres de la revolución, han vivido, tras veinticinco años de
trabajar y de leer, y de hablar y oír hablar, como en ejercicio
continuo y consciente de la capacidad del hombre en la república. Y
mientras una porción reacia e ineficaz, la porción menos eficaz, del
señorío cubano antiguo, se acorrala, injusta y repulsiva, contra este
pueblo nuevo de cultura y virtud, de mentes libres y manos creadoras,
otra porción del señorío cubano, mucho más poderosa que aquella, ha
vivido dentro de la masa revuelta, ha conocido y guiado su capacidad, ha
trabajado mano a mano con ella, se ha hecho amar de la masa, y es amado;
¡y hoy rodaría por tierra, mente a mente, mucho menguado leguleyo que
le negase la palabra superior a mucho hijo de esta alma-madre del
trabajo y la naturaleza! En Cuba no hay duelo entre un señorío
desdentado y napolitano y el país, de suyo tan moderado como desigual,
en que, con la pura esperanza de la libertad suficiente, se reúnen, por
el respeto del esfuerzo común, los hombres del campo y de la esclavitud
y del oficio pobre, conscientes ya de sus derechos y del riesgo de
exagerarlos, con todo lo que hay de útil y viril, de fundador y de
piadoso, en el antiguo señorío cubano. Del alma cubana arranca,
decisivo, el deseo puro de entrar en una vida justa, y de trabajo útil,
sobre la tierra saneada con sus muertos, amparada por las sombras de sus
héroes, regada con los caudales de su llanto. La esperanza de una vida
cordial y decorosa anima hoy por igual a los prudentes del señorío de
ayer, que ven peligro en el privilegio inmerecido de los hombres nulos,
–y a los cubanos de humilde estirpe, que en la creación de sí
propios se han descubierto una invencible nobleza. Nada espera el pueblo
cubano de la revolución que la revolución no pueda darle. Si desde la
sombra entrase en ligas, con los humildes o con los soberbios, sería
criminal la revolución, e indigna de que muriésemos por ella. Franca y
posible, la revolución tiene hoy la fuerza de todos los hombres
previsores, del señorío útil y de la masa cultivada, de generales y
abogados, de tabaqueros y guajiros, de médicos y comerciantes, de amos
y de libertos. Triunfará con esa alma, y perecerá sin ella. Esa
esperanza, justa y serena, es el alma de la revolución. Con equidad
para todos los derechos, con piedad para todas las ofensas, con
vigilancia contra todas las zapas, con fidelidad al alma rebelde y
esperanzada que la inspira, la revolución no tiene enemigos, porque
España no tiene más poder que el que le dan, con la duda que quieren
llevar a los espíritus, con la adulación ofensiva e insolente a las
preocupaciones que suponen o halagan en nuestros hombres de desinterés
y grandeza, los que, so capa de amar la independencia de su país,
aborrecen a cuantos la intentan, y procuran, para cuando no la puedan
evitar, ponerse de cabeza, dañina y estéril, de los sacrificios que ni
respetan ni comparten. Para andar por un terreno, lo primero es
conocerlo. Conocemos el terreno en que andamos. Nos sacarán a salvo por
él la lealtad a la patria que en nosotros ha puesto su esperanza de
libertad y de orden, –y la indulgencia vigilante, para los que han
demostrado ser incapaces de dar a la rebelión de su patria energía y
orden. Sea nuestro lema: libertad sin ira.
Nulo sería, además, el espectáculo de nuestra unión, la junta de
voluntades libres del Partido Revolucionario Cubano, si, aunque
entendiese los problemas internos del país, y lo llagado de él y el
modo con que se le cura, no se diera cuenta de la misión, aún mayor, a
que lo obliga la época en que nace y su posición en el crucero
universal. Cuba y Puerto Rico entrarán a la libertad con composición
muy diferente y en época muy distinta, y con responsabilidades mucho
mayores que los demás pueblos hispanoamericanos. Es necesario tener el
valor de la grandeza: y estar a sus deberes. De frailes que le niegan a
Colón la posibilidad de descubrir el paso nuevo está lleno el mundo,
repleto de frailes. Lo que importa no es sentarse con los frailes, sino
embarcarse en las carabelas con Colón. Y ya se sabe del que salió con
la banderuca a avisar que le tuviesen miedo a la locomotora, –que la
locomotora llegó, y el de la banderuca se quedó resoplando por el
camino: o hecho pulpa, si se le puso en frente. Hay que prever, y
marchar con el mundo. La gloría no es de los que ven para atrás, sino
para adelante. –No son meramente dos islas floridas, de elementos aún
disociados, lo que vamos a sacar a luz, sino a salvarlas y servirlas de
manera que la composición hábil y viril de sus factores presentes,
menos apartados que los de las sociedades rencorosas y hambrientas
europeas, asegure, frente a la codicia posible de un vecino fuerte y
desigual, la independencia del archipiélago feliz que la naturaleza
puso en el nudo del mundo, y que la historia abre a la libertad en el
instante en que los continentes se preparan, por la tierra abierta a la
entrevista y al abrazo. En el fiel de América están las Antillas, que
serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república
imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle
el poder, –mero fortín de la Roma americana;–y si libres, –y
dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora–serían
en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia
para la América española aún amenazada, y la del honor para la gran
república del Norte, que en el desarrollo de su territorio–por
desdicha, feudal ya, y repartido en secciones hostiles, –hallará más
segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en
la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las
potencias del orbe por el predominio del mundo. –No a mano ligera,
sino como con conciencia de siglos, se ha de componer la vida nueva de
las Antillas redimidas. Con augusto temor se ha de entrar en esa grande
responsabilidad humana. Se llegará a muy alto, por la nobleza del fin;
o se caerá muy bajo, por no haber sabido comprenderlo. Es un mundo lo
que estamos equilibrando: no son sólo dos islas las que vamos a
libertar. ¡Cuán pequeño todo, cuán pequeños los comadrazgos de
aldea, y los alfilerazos de la vanidad femenil, y la nula intriga de
acusar de demagogia, y de lisonja a la muchedumbre, esta obra de
previsión continental, ante la verdadera grandeza de asegurar, con la
dicha de los hombres laboriosos en la independencia de su pueblo, la
amistad entre las secciones adversas de un continente, y evitar, con la
vida libre de las Antillas prósperas, el conflicto innecesario entre un
pueblo tiranizador de América y el mundo coaligado contra su ambición!
Sabremos hacer escalera hasta la altura con la inmundicia de la vida.
Con la mirada en lo alto, amasaremos, a sangre sana, a nuestra propia
sangre, esta vida de los pueblos, hecha de la gloria de la virtud, de la
rabia de los privilegios caídos, del exceso de las aspiraciones justas.
La responsabilidad del fin dará asiento al pueblo cubano para recabar
la libertad sin odio, y dirigir sus ímpetus con la moderación. Un
error en Cuba, es un error en América, es un error en la humanidad
moderna. Quien se levanta hoy con Cuba, se levanta para todos los
tiempos. Ella, la santa patria, impone singular reflexión; y su
servicio, en hora tan gloriosa y difícil, llena de dignidad y majestad.
Este deber insigne, con fuerza de corazón nos fortalece, como perenne
astro nos guía, y como luz de permanente aviso saldrá de nuestras
tumbas. Con reverencia singular se ha de poner mano en problema de tanto
alcance, y honor tanto. Con esa reverencia entra en su tercer año de
vida, compasiva y segura, el Partido Revolucionario Cubano, convencido
de que la independencia de Cuba y Puerto Rico no es sólo el medio
único de asegurar el bienestar decoroso del hombre libre en el trabajo
justo a los habitantes de ambas islas, sino el suceso histórico
indispensable para salvar la independencia amenazada de las Antillas
libres, la independencia amenazada de la América libre, y la dignidad
de la república norteamericana. ¡Los flojos, respeten: los grandes,
adelante! Esta es tarea de grandes.
Patria, Nueva York, 17 de abril de 1894.
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