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ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS

 

Política

El terremoto de 1985, análisis y remembranza

El 19 de septiembre de 1985 el rumbo del país cambió radicalmente: cayeron muchos mitos y surgieron otros pero algo es seguro, ahí nació la actual democracia mexicana. Aún estamos a tiempo de no desperdiciar la coyuntura que nos dio aquella fecha sísmica.

SEPTIEMBRE, 2005. El 19 de septiembre de 1985 presentaba una mañana normal. Mi mamá me despertó con la noticia, poco antes de las 8 de la mañana. "Tembló en México", dijo, y yo medio adormilado pregunté "¿otra vez?" Sin embargo ahora había sido más serio el asunto. La señal de los principales canales de televisión  se había ido, y sólo quedaba la de Imevisión, que antes era propiedad del Estado y que hoy es TV Azteca. Por aquel entonces trabajaba en un periódico de modo que sabía, estaba seguro, que esa sería la información principal de aquel día.

 

Al llegar al periódico se percibía otro ambiente. Caras serias, angustiadas y la expresión "¡pero cómo!" repetida en el vestíbulo, la sala de redacción, en el estacionamiento. Los télex, virtuales papás del e-mail, estaban detenidos; la información que debía llegar de las agencias Notimex, Lemus y la Associated Press presentaba línea muerta, lo mismo que el enorme aparato donde recibíamos las fotografías de la AP. "Eso quiere decir que en México se cayeron algunos edificios de Telmex", dijo Eulogio, el encargado de los teletipos. Por aquel entonces la compañía aún era propiedad del Estado, su ineficiencia era legendaria y ahora, con lo del temblor, significaba que no tendríamos servicio al menos por una semana.

Con la caída de los edificios de Telmex en el D.F. quedaba de manifiesto el abominable centralismo que padecía el país pues la señal de la AP, por ejemplo, era primero recibida en Monterrey y luego era enviada a la capital donde era retransmitida al resto del país, de modo que, a los pocos minutos del temblor, México quedó aislado pues en Monterrey no había infraestructura para no depender del Distrito Federal. Había otra razón, naturalmente: toda la información pasaba por el filtro de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, cuyo edificio había quedado seriamente dañado tras el sismo.

"¡No puede ser!", gritó Velia Margarita, la directora del periódico, frente al televisor que estaba en la mesa de redacción al ver cómo del restaurante Superleche sólo quedaban escombros humeantes; éste se encontraba ubicado a par de cuadras de la Torre Latinoamericana la cual, gracias a que fue construida con previsión, estaba intacta y sólo algunos de sus vidrios se habían cuarteado.

A las 10 de la mañana el único enlace con la capital era el canal 13 de Imevisión (el 7 estaba aún en transmisiones de prueba). Un programa conducido por Pedro Ferriz Santacruz había pasado a ser la base de lo que estaba sucediendo allá pues las líneas telefónicas también estaban muertas. El temblor había iniciado a las 7:19 de la mañana y su intensidad había sido de 8.5 grados Richter, el más fuerte desde 1957. La Torre de Transmisiones de Televisa Chapultepec se había derrumbado lo mismo que varios auditorios y estudios donde se habían grabado cientos de programas de la televisora; también se habían derruido los

edificios en el centro de la ciudad donde se encontraban la mayoría de las estaciones que transmitían sus noticieros a la hora de comenzar el temblor. Se desconocía la suerte de quienes trabajaban ahí pues la última escena del programa Hoy Mismo que alguien grabó en videocassette presentaba a la conductora Lourdes Guerrero; "es un temblor... permanezcamos calmados... enseguida pasa", tras lo cual se perdió la transmisión.

Poco después de las 12 del día la señal del canal 2 de Televisa regresó al aire (de los canales 8, 4 y 5 ni hablar; esos podían esperar). La primera escena era desde el centro de la ciudad con un Jacobo Zabludovsky con cara mucho más larga de lo habitual; el temblor lo había sacado de su puestecito seguro como vocero semioficial de la Presidencia para ponerlo de nuevo en la posición de reportero. "Quisiera decir que esto no está sucediendo pero no puedo, sencillamente no puedo", dijo Zabludovsky, al punto de las lágrimas, "todo esto rebasa lo que yo pudiera describirles".

¿Y el Presidente, donde está?

"¿Y dónde está el gobierno, donde está De la Madrid?" preguntó una reportera que estaba en la sala de redacción.

Era cierto. Desde las 7:19 a.m. hasta cerca de la una de la tarde, México se olvidó que existía un poder ejecutivo. Apenas tres días antes Miguel de la Madrid había dado el Grito en Dolores Hidalgo, con lo cual rompía una tradición de décadas de darlo en el Zócalo. Esa había sido su última aparición importante. Eran tiempos en que nada se movía sin la anuencia del Señor Presidente, ordenamiento que la madre naturaleza sencillamente ignoró. Así pues, como a la una de la tarde por fin recordamos que en México había un gobierno, y que el temblor comenzaba a descubrir cuánta corrupción se había acumulado alrededor suyo.

De la Madrid era un mandatario gris, pasivo, con cero madera como político convincente. De las locuras populistas de Echeverría y a la borrachera petrolera de López Portillo el país saltó al marasmo casi absoluto de quien había sido un mediocre secretario de Programación. Pero por primera vez en mucho tiempo, los capitalinos no esperaron que el gobierno hiciera las cosas por ellos. Televisa ni siquiera pedió permiso a la SCT para reestablecer la señal algo que, según la absurda ley de comunicaciones, debería hacer aun en caso de emergencia.

Los cuerpos de rescate también se organizaron espontáneamente. Lo urgente era ayudar, sacar a quienes aún podían estar vivos bajo los escombros. Se escuchaban gritos, gemidos y sollozos. Poco después del mediodía llegó el Ejército y, como primera medida, cercó el área en previsión de saqueos. Más tarde el gobierno de la ciudad quiso organizar a los rescatistas que ya estaban organizados, y empezó el caos. Surgieron las recriminaciones: por qué se hizo esto sin autorización, por qué se procedió así sin permiso, etcétera.

En las horas posteriores al temblor la estupidez burocrática dejó ver su rostro. Varios países decidieron enviar sus equipos de rescate pero fueron detenidos en el aeropuerto y las fronteras porque necesitaban de "permisos especiales" para importar su maquinaria mientras que los perros que acompañaban a los rescatistas también deberían pasar por rigurosos "exámenes" antes de dejarlos entrar. "Es absurdo", se quejó un rescatista portugués. "Se nos piden permisos sanitarios para ir a un área que está en altísimo peligro de sufrir epidemias. ¿Qué piensa esa gente?"

Organizaciones humanitarias de Estados Unidos y Canadá enviaron toneladas de ayuda por vía terrestre pero la burocracia aduanal no permitió cruzar la frontera a los tráilers de modo que se tuvieron que utilizar unidades y choferes mexicanos para transportar los víveres. Sin embargo al llegar a su destino parte de la mercancía "se había extraviado" e incluso varios botes de manteca y latas de comida fueron vendidos en mercados callejeros con la leyenda Donated by the People of the United States.

Otra sorpresa conforme el polvo se disipaba era que la mayoría de los edificios siniestrados tenían poco tiempo de haber sido contruidos mientras que los más antiguos estaban intactos, a veces sin un rasguño. Del Palacio de Gobierno, construido a mediados del siglo XIX sólo habían caído algunas arañas; muchos edificios coloniales y otros construidos incluso antes de la llegada de los españoles, únicamente presentaban las fisuras del tiempo.

Pero no sólo hubo miserias por parte de la burocracia. Esa misma noche Joao Havelange, por entonces mandamás de la FIFA, viajó de urgencia a la capital para cerciorarse que ninguno de los estadios capitalinos hubiera sufrido daños; personalmente verificó que el Azteca no presentara cuarteaduras. Cuando abandonaba el lugar un reportero le preguntó si tenía un mensaje para los mexicanos: "Puedo decir que estoy satisfecho con la verificación y puedo también decirles que el Mundial de futbol se efectuará como está previsto". A las pocas horas regresó a Suiza. El funcionario estaba más preocupado por la suerte de los estadios que por lo que estaba ocurriendo con los miles de damnificados. Pocos momentos de miseria humana como éste se cuentan en los anales de la FIFA.

Caso contrario fue el de Plácido Domingo quien viajó de España a pocas horas de la tragedia pues tenía familiares que vivían en el edificio Nuevo León, ubicado en la unidad habitacional de Tlatelolco. Cuando ya no hubo nada que hacer Domingo permaneció en el área y se ofreció como voluntario, cancelando varias presentaciones pendientes. Por algunos días evadió a la prensa --"les doy una entrevista si ustedes también me ayudan a remover escombros", fue una de sus respuestas ganiales a un reportero-- hasta que el noticiero 24 Horas de Zabludovsky lo entrevistó en vivo. Tras un recuento de las víctimas rescatadas, "el güero" le preguntó si "estaba preocupado por su voz". Visiblemente molesto, Domingo respondió "¡No me importa la voz, Jacobo, si mi voz se pierde que se pierda y ya!"

Sin duda, Televisa fue la empresa privada más afectada por aquel temblor. No sólo se habían perdido varios estudios de grabación, las antenas de transmisión sino que varios reporteros de la empresa, entre ellos "El Conde" Calderón y Félix Sordo, habían fallecido. Cuando ocurrió un remesón, aquel 19 de septiembre por la noche, Azcárraga Milmo se encontraba en un camellón frente a Televisa Chapultepec, o lo que quedaba. Según Andrew Paxman y Claudia Fernández, autores de El Tigre, Azcárraga por primera vez lloró ante sus subalternos. El golpe había sido tal que sólo hasta 1991, seis años después del temblor, Televisa pudo estabilizar sus finanzas afectadas por el temblor.

Pus burocrática y corrupción

Lógicamente, los responsables de haber construido aquellos edificios jamás fueron castigados. Tampoco lo fueron los dueños de una maquila ubicada en el centro de la ciudad donde al momento del sismo se encontraban alrededor de 80 costureras quienes laboraban sin prestaciones sociales y en condiciones propias de una novela de Dickens. El edificio se desplomó y las 80 costureras murieron aplastadas.

También se encontraron cuerpos en los sótanos de la procuraduría capitalina sólo que éstos carecían de documentos, excepto el de un ciudadano colombiano. Algunos cuerpos mostraban signos de tortura e incluso estaban amordazados. La entonces procuradora Victoria Adato insistió en que "eran empleados que habían fallecido durante la tragedia" aunque nadie supo explicar qué hacían en los sótanos a esa hora --los empleados entraban a las 9 de la mañana-- y por que algunos estaban encerrados en cajuelas de autos. Un funcionario señaló orondo que "eran vagos recogidos durante las razzias" aunque ello tampoco aclaraba que se les hubiera dado semejante trato. La procuradora Adato terminaría su gestión y luego volvería satisfecha a casa.

Pero el caso más espeluznante de corrupción gubernamental correría a cargo de Guillermo Carrillo Arena, un gris burócrata al cual nadie explicaba cómo De la Madrid le hubiera confiado la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología (Sedue). Durante sus casi tres años de gestión, Carrillo Arena había aprobado la construcción, reglamentos de seguridad y otros trámites para vivienda urbana, sólo que prácticamente todos los edificios de los que él dio el visto bueno a su construcción se habían derrumbado con el temblor.

El sismo había dejado al descubierto una maraña de corruptelas, compadrazgos y fraudes entre autoridades y constructoras. Algunos "castillos" estaban hechos de alambre casi casi para soldar y lo que se suponía era concreto en realidad se trataba de arena moldeada; dado que los pagos se habían fracturado y pagado como materiales de buena calidad --y por ende más caros-- no se necesitaba pensar mucho para concluir que se trataba de un fraude monstruoso que había salpicado a decenas de constructores y burócratas que se habían esfumado tras el temblor. "Guillermo Carrillo Arena es un funcionario capaz", respondió De la Madrid a las acusaciones con lo cual se creaba una barrera que protegía el inepto funcionario pues entonces, todavía, la palabra del Señor Presidente era la Ley.

Durante el siguiente mes hubo pruebas y más pruebas de que el gobierno mexicano, antes que ayudar al desarrollo de la sociedad, constituía un estorbo. Era una posición débil que pronto supieron aprovechar varios políticos quienes concluían que los días del PRI habían concluido y que hacia falta otro nuevo partido político en el poder. Curiosamente las voces surgieron dentro del mismo partido, del que luego saldrían y apenas tres años después estarían a punto de ganarle la Presidencia de la república con una extraña amalgama de ex priístas y ex miembros de organizaciones comunistas.

El temblor fue la peor tragedia natural que México sufrió en el siglo XX. Pero dejó muchas enseñanzas. Una de ellas, que a veces los procesos democráticos necesitan una ayuda inesperada. Pronto veremos cuál es la lección que saldrá en Nueva Orleáns.