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ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS

 

Y demás/Historia

Stalin vs John Wayne

 El Duke

Ya en el final de su dictadura, el amo de la URSS envió a dos agentes de la KGB para que eliminaran al "reaccionario" John Wayne. Los sicarios, sin embargo, desertaron y terminaron trabajando para el FBI. Una historia que exhuma surrealismo

DICIEMBRE, 2005. José Stalin era fanático del cine. Pero cuando ello se combina con alguien que llegó a detentar tanto poder como él, los resultados son aterradores. Stalin ponía, quitaba, sugería, eliminaba, agregaba, supervisaba, exaltaba o ridiculizaba todo centímetro de celuloide que se elaboró en la URSS durante su dictadura. Tenía por costumbre "relajarse" al final de cada jornada con una película pero cada función producía un efecto contrario entre sus colaboradores y, en especial, los encargados de escoger las cintas, así como el proyeccionista.

Este último debía detectar el ánimo de Stalin antes de comenzar la proyección. Usualmente cuando creía que estaba de buen humor se le presentaban cintas rusas, y cuando se le veía de malas le ofrecían películas de otros países, sobre todo los últimos estrenos de Hollywood los cuales, por cierto, estaban prohibidos en la URSS. Stalin había ordenado acondicionar una sala de cine en el Kremlin e invitaba a todo su gabinete a acompañarlo en cada función.

Las ausencias eran imperdonables: Stalin podría pensar que durante ese tiempo alguien tramaría cómo deshacerse de él de modo que no sólo deberían estar cerca suyo sino que además tenían prohibido dormirse durante la función; quien era sorprendido corría el riesgo de perder su posición, eso si Stalin estaba de buenas, pues de lo contrario quizá ya nunca más asistiría a otra exhibición en el Kremlin ni en ninguna otra parte.

Al terminar una película, por lo general pasada la medianoche, el dictador solía dar dos opciones: ver otra película --a lo cual el resto debería acceder por más agotado que se encontrara-- o platicar sobre la cinta recién vista. Stalin poseía una memoria prodigiosa de modo que preguntaba a los demás hasta el más insignificante detalle del argumento, ello con la evidente intención de ver si alguno se había quedado dormido.

Toda respuesta debería llevar un "tono revolucionario" que le agradara, pero si sentía que el aludido exageraba la información lo mandaba callar o si por el contrario percibía un "tufillo contrarrevolucionario" quizá también sería la última vez que se estuviera dentro de lo que se llamó "círculo íntimo" de Stalin, donde abundaban la paranoia y la incertidumbre por interpretar los deseos del mandamás soviético.

                                 Escoge lo que quieras

La tarea de proyeccionista, o "cácaro" de Stalin no era apta para los débiles. En cierta ocasión la cinta proyectada se quemó y Stalin acusó al proyeccionista de querer envenenarlo con los gases emanados del aparato. A otro proyeccionista se le rompió la película a mitad de la cinta y ello bastó para que pasara una temporada en prisión. En otra ocasión el "cácaro" calculó mal y puso el carrete que no correspondía. Stalin se puso de pie y gritó "¡basta de tanta incompetencia!" al tiempo que unos guardias se llevaban al sujeto, quien seguramente para entonces ya no podía controlar sus intestinos, pero el jerarca los detuvo. "¡No me refiero a él sino a quienes filmaron esta basura!". No hay duda que el humor de Stalin era sumamente macabro.

El dictador estaba obsesionado con la figura de Pedro el Grande. Supuestamente la revolución soviética había tenido como objeto "borrar al zarismo de la tierra" pero el caso es que Stalin había estudiado la historia de ellos, y a Pedro el Grande lo admiraba profundamente. Así pues aleccionó a Sergei Einsenstein, el director estrella del régimen, a que filmara la vida del soberano. Ansioso de dar una imagen que colocara al zarismo como una etapa negra, el producto finalizado irritó a Stalin.

Cuando le mandó llamar, Einsenstein estaba empanicado. "Pedro el Grande era terrible, pero tienes qué explicar a la gente porqué era terrible", arguyó Stalin. Era irónico que este cineasta, quien dirigió Acorazado Potemkin --cinta que resalta la lucha por la libertad-- fuera un cautivo de los deseos de Stalin quien, por fin, quedó complacido con la versión fílmica de su héroe. La película, por cierto, bien pronto fue olvidada.

Stalin también admiraba el trabajo de Leni Riefensthal, la directora favorita de Hitler, si bien esto se supo años después de muerto el dictador ruso. Le habían sorprendido los ángulos y desarrollo escénicos mostrados en Triunfo de la Voluntad, cinta en honor a los Juegos Olímpicos de Berlín 1936. Ordenó que se filmara algo similar para él cuando hablaba al público en la Plaza Roja. Sin embargo y ante el innegable talento de Refensthal (su ominoso tema central es asunto aparte) las producciones soviéticas palidecían en mediocridad.

También había actores y actrices entre los favoritos de Stalin. Le simpatizaba Chaplin pero confesó haberse aburrido con El Gran Dictador. También exigía que le consiguieran todas las películas donde aparecieran Bettie Davis, Tyrone Power y Clark Gable. Según sus biógrafos, le encantaban los musicales y las películas de Tarzán, tanto así que había considerado invitar a Johnny Weissmuller a visitar la URSS. 

Stalin no hablaba palabra de inglés de modo que siempre se hacía acompañar de un traductor. Cuando había diálogos "incómodos", éste último solía alterarlos para que el dictador no se enfureciera. Sin embargo y como sucede cuando alguien ve películas en otro idioma por un tiempo, es inevitable que se le pegue algo. "¡Mientes, eso jamás lo dijo!", rugió Stalin, fúrico, cuando un traductor mencionó algo totalmente distinto mientras veían Robin Hood, con Errol Flynn (al monarca le agradaba esa leyenda y consideraba al protagonista "paladín del pre comunismo"). Y contarle mentiras a Stalin podía ser considerado delito mortal.

Pero había a un actor a quien el dictador detestaba. Consideraba que era la esencia de Estados Unidos, "el mayor enemigo del obrero mundial". Le disgustaba que John Wayne siempre se mostrara en actitudes vencedoras y heroicas; solía levantar las manos, exasperado, cuando el actor derrotaba a una tribu de indios. Los propapagandistas soviéticos habían tomado como suya la causa de los indígenas norteamericanos y consideraban a Wayne muestra de la "explotación de los blancos y posterior eliminación de un pueblo que sólo anhelaba vivir en paz".

Una noche y luego de ver una cinta de Wayne, Stalin dio la orden: enviaría a dos sicarios a Hollywood para "encargarse" del actor. "Es un enemigo del pueblo y lo quiero muerto", vociferó el dictador. La mayoría de los biógrafos coinciden en que se encontraba ebrio al dar el veredicto, pero órdenes eran órdenes. La NKVD, antecesora de la KGB y dirigida por el tenebroso Lavrenti Beria decidió reclutar a quienes ultimarían a Wayne.

Algunos historiadores consideran que Stalin tomó esa decisión porque realmente consideraba "reaccionario" a Wayne, pero otros concluyen que lo hizo por otra razón: a excepción de Einsenstein, la mayoría de los cineastas soviéticos, seguramente por estar aterrados, sólo producían cintas de calidad dudosa; lo que se había antojado como una "revolución fílmica soviética" a principios de los años 30 se había apagado muy rápido y si alguien veía aquellos bodrios era porque se le obligaba; durante el estalinismo, ver cine se convirtió en el principal pasatiempo de la clase obrera que no veía los últimos estrenos de Hollywood --esos mismos que el jerarca disfrutaba en el Kremlin-- sino que eran cintas propagandísticas que en algún momento debieron haber saturado de náuseas al respetable.

Lo que sucedía es que, en flagrante acto de piratería, el Ministerio de Cinematografía de la URSS había alterado la historia de Stagecoach a la cual retituló, agregó escenas, quitó otras y modificó el argumento donde el cual eran los indios, y no Wayne, quienes resultaban vencedores. Los diálogos del "realismo socialista" eran apabullantes y habían convertido en capirotada a la que se considera es el mejor western de la historia.

Poco antes de la muerte del dictador, los dos agentes llegaron a Hollywoood. Wayne pudo enterarse de la amenaza pero no le preocupó; "aquí los espero", fue su respuesta. Sin embargo Stalin cayó de su pedestal en 1953, Beria fue fusilado y los sicarios decidieron desertar e ingresar a las filas del FBI donde aportaron información sobre algunos "contactos" de la URSS con el mundillo de Hollywood. Por supuesto que para muchos historiadores esta fue una hebra que luego utilizaría el senador Joseph McCarthy para denunciar lo que se conocería como "cacería de brujas".

Cuando Nikita Krushev, el sucesor de Stalin, visitó Estados Unidos en 1956, le preguntaron si era cierto que el dictador había mandado eliminar a John Wayne. "Así fue, pero di la contraorden... Stalin ya estaba enloqueciendo", musitó Kruschev.

Por su parte Wayne, amigo personal de Ronald Reagan, continúo con su carrera hasta que el cáncer le impidió seguir en los sets. Recibió un Oscar honorario y falleció a los pocos meses, en 1979. Fue de los pocos que pudo frustrarle un capricho al dictador oriundo de la Georgia soviética.