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Y DEMÁS/Historia

Danza con Bobos

Hoy administran casinos y viven mucho mejor que sus ancestros pero a juicio de la élite progresista, los nativoamericanos de Estados Unidos siguen siendo el estandarte de etnia explotada. Los aludidos, por cierto, les han hecho poco caso

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JUNIO, 2009. Varias generaciones de escolares norteamericanos han escuchado una especie de sermón que el Jefe Seattle dirigió a los blancos que usurparon los territorios que habían pertenecido a generaciones de indios: "Siglos después que haya desaparecido el último representante de mi gente, su espíritu morará en los bosques y las praderas". Esta es, sugieren los maestros a sus alumnos, una lección de sabiduría por parte del Jefe Seattle ante una horda de invasores que terminaron por asesinarlos y enviar a las reservaciones a quienes sobrevivieron.

El discurso del Jeffe Seattle ha sido traducido a más de 30 idiomas y en muchos centros de enseñanza primaria se le considera una especie de ejemplo a seguir para las futuras generaciones. De poco ha servido que un tejano de nombre Edward Perry haya demostrado hasta hartarse que fue él quien redactó el discurso y que el Jefe Seattle, si bien está comprobada su existencia, no hay prueba alguna que haya pronunciado esas palabras. Terry pone como ejemplo la referencia a "esos árboles artificiales comunicados por cables y donde se transmiten mensajes", alusión abierta al telégrafo, aún no existía en 1870, fecha del supuesto discurso del jefe indio. Pero de poco ha servido: de manera abiertamente goebbeliana donde una mentira dicha mil veces termina por ser verdad, a los maestros de primaria no parece preocupar esta falsedad; "quizá no sea cierto, pero el mensaje es real", refirió uno de ellos, "y eso es suficiente para promover su difusión".

La izquierda ha sentido una especial fascinación con los indios norteamericanos y que se remonta a varias décadas. No sólo los considera muestra de la explotación del hombre blanco que a punta de balas los despojó de sus tierras y luego los eliminó hasta dejar apenas un centenar de ellos viviendo en reservaciones, también los ubica como símbolo de emancipación. Ya en los años treinta el gobierno soviético había tomado como suya la "causa" de los hoy llamados "nativoamericanos", una adoración que luego se difundió por toda Europa que ardía en indignación al ver cómo Hollywood retrataba a los indios como unos salvajes y al vaquero (léase John Wayne), como el héroe de la película. Perry en sí no era un izquierdista --su texto lo escribió para el templo de su comunidad-- pero ha sido utilizado ad nauseam por los progres europeos y norteamericanaos.

Además de la emancipación pendiente hacia los indios norteamericanos se les atribuye una fuente de profunda sabiduría preñada de ecologismo: no sólo respetaban a los árboles, mantenían una estricta caza de búfalos, procuraban tener los lagos prístinos al tiempo que sus relaciones con otras tribus parecían ser más diplomáticas que aun en la misma ONU, el tradicional mundo idílico que la izquierda suele describirnos y que pertenece, dice, a un pasado perdido para siempre.

El auge de esta fascinación tuvo su cénit, cómo no, en los sesenta. Carlos Castaneda nos hablaba en sus libros de un indio-chamán que habitaba en el desierto de Sonora pero que estaba claramente basado en habitantes de tribus de Arizona y Nuevo México, como los Mescaleros. El movimiento hippie abrazó gustoso el uso de trenzas, chaquetas "de barbitas", collares multicolores, bigote y aun teepees para encontrar la máxima relajación para hallarse con el yo interior. Más aún: en 1967 un grupo de indios tomó posesión de la isla de Alcatraz, en San Francisco, con el fin de transformarla en un nuevo país. Como refieren Joseph Heath y Andrew Potter en Rebelarse Vende: el indio norteamericano pasó a ser en los sesenta parte de la contracultura.

Lo políticamente correcto, uno de los tentáculos más poderosos de la izquierda, comenzóa transformar a fines de los 80 el concepto que se tenía de lo indígena norteamericano con el pretexto que eran "estereotipos". En la cinta Danza con Lobos pasaron a ser hombres de bien y, claro, llenos de sabiduría. Más tarde se presionó para que las universidades de Estados Unidos dejarán de utilizar nombres como Apaches, Kikapoos, Comanches y Sioux en sus equipos deportivos y sigue presionando para que en Cleveland, Atlanta y Washington se deje de llamar a sus equipos locales Indios, Bravos y Pieles Rojas.

La visión romántica de la izquierda en torno a los indios de Estados Unidos sigue latente. Los suspiros también van dirigidos a esta etnia en el resto del continente, pero se considera que dentro del monstruo estos merecen la máxima admiración. Nada hay de malo en dar su lugar a los indios, y a cualquier otra etnia, dado que se trata de seres humanos. El problema es que nuestros amigos izquierdistas ven en el indio norteamericano a una parte explotada por un blanco prepotente o, como lo llegó a hacer Stalin, enfocó en ellos la única manera de justificar en Estados Unidos una guerra de clases luego que los vaticinios del marxismo fallaran cuando los obreros optaran por adquirir más bienes en cuanto mejoraran sus condiciones salariales en vesz de rebelarse contra sus patrones.

La mayoría de los pueblos han aportado algo a su entorno, y los indios norteamericanos no son excepción. Sin embargo la idea de que realizaban activismo ecológico antes que siquiera se hablara de ello resulta absurda: existen suficientes evidencias históricas que indican que los indios sólo respetaban la naturaleza mientras no la necesitaran y solían quemar las tierras de sus cosechas cuando buscaban otro asentamiento para que nadie más las aprovechara. También solían orillar a las manadas de búfalos para que cayeran en los precipios con el fin se asegurar comida suficiente para el invierno. Es verdad que consideraban que los espíritus de sus antepasados moraban en los bosques pero ello no evitaba que juntaran leña para calentarse, igual que cómo lo han hecho muchos otros pueblos alrededor del mundo.

Un indio que se hiciera respetar tendría que pelear por necesidad contra las tribus vecinas. El atacar y no dejar prisioneros ni heridos era parte de su concepto de guerreros. La idea de que eran diplomáticos que fumaban la pipa de la paz carece de sustento histórico.

Veamos ahora la principal acusación del izquierdista europeo en el sentido que los colonos asesinaron a miles de indios indefensos para quedarse con sus tierras, un hecho que se ha registrado miles de veces en el viejo continente: mientras los soviéticos lloraban por el "genociodio que sufren los indios norteamericanos", ellos hacían exactamente lo mismo contra los cosacos, los gitanos, los kazakhstanos, los lituanos y los millones de campesinos que perecieron en las "purgas" estalinistas. La técnica de"limpieza étnica" en los territorios ocupados fue aplicada por inmigrantes que procedían de Europa y quienes actuaron de acuerdo a conceptos y creencias europeos. (Casi no se habla, por cierto, de estas matanzas realizadas contra los indios por los colonos llegados a territorio canadiense).

Ningún país de Europa, salvo quizá Suiza, puede vanagloriarse de no haber sometido o aniquilado poblaciones de sus vecinos y ejecutar a quienes se rebelaran. Al denunciar la "salvajada" cometida por los colonos norteamericanos --como él, también de sangre europea-- ingenuamente intenta ocultar lo que hicieron sus antepasados.

En 1992 una enmienda federal autorizó la apertura de casinos en las reservaciones indias repartidas por todo Estados Unidos, algo que ha permitido a miles de familias hacerse de un patrimonio respetable. Lo que frecuentemente olvidan nuestros izquierdistas indiófilos es que en las reservaciones aplican leyes aprobadas por los mismos indios aunque gozan los mismos derechos que todo ciudadano estadounidense. La pobreza de un indio de Norteamérica difícilmente se equipararía a la de un indígena de Chiapas, Cuzco o los Andes. 

En realidad, y con excepción de la chifladura de querer convertir en país indio a Alcatraz hace 30 años, la jerigonza de la izquierda hizo muy poca mella entre los indios estadounidenses. Todo el asunto ha terminado, ahora sí que, en una Danza con Bobos.

© copyright, Derechos Reservados, 2009 

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