f a s e n l i n e a c o m |
ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS |
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Cine Torre sin cúspide A partir de una fórmula que ya se antoja trillada, Babel presenta una historia que carece del remate y de los requisitos para hacerla aspirante a cosas mayores Babel NOVIEMBRE, 2006. Aunque me parece excesiva en su violencia, en ocasiones innecesaria, no se le pueden restar méritos a Amores Perros, la magnum opus de este ex locutor de la capitalina WFM y que lo mandaría a las ligas mayores de los realizadores internacionales, lo cual es mucho más difícil de lo que parece. En aquella cinta Iñárritu narró tres historias distintas y en apariencia disímbolas que al final se juntaban, todo dentro de un enramado en el guión que contó con la colaboración de Guillermo Arriaga. Nuevamente Iñárritu y Arriaga colaboran juntos en la construcción de Babel, película que coincide en tiempo y forma para que se le considere entre las aspirantes a ser coqueteadas por don Oscarín, intención que, si me presionan un poquito, huele a cierto descaro; veremos si la estrategia funcionará a los productores. Mientras tanto tenemos aquí un filme que cuenta con la presencia de Brad Pitt, quien lleva rato olfateando una presea (¿otra casualidad?) y de Kate Blanchett, aparte de actores desconocidos, como Koji Yakusho, quien interpreta a una japonesa sordomuda. Al igual que en Amores Perros y 21 Grams, Iñárritu nos presenta tres historias en apariencia independientes. La primera inicia en Marruecos donde dos niños juegan con el rifle de su papá a dispararle a quienes pasan por la carretera. Una de las balas hiere a una turista americana. El accidente repercute en la lejana California, donde una nana indocumentada decide seguir adelante con su plan de ir a una boda en México, aun si para hacerlo se lleve consigo a los dos hijos rubios de su empleador. Mientras tanto y al otro lado, en Japón, una chica que perdió a su madre en circunstancias misteriosas poco a poco se hunde en la vorágine con actos sexuales escandalosos dentro de una sociedad como la nipona que no acepta otra cosa que la sumisión femenina, aderezado todo por su incapacidad de poder comunicarse con el mundo exterior (de ahí Babel... ¿captan el agudo mensaje, señores de la Academia?) Pero la fórmula, en este tercer intento, ya se antoja cansada, trillada, máxime porque las tres historias se unen de manera poco convincente. La violencia de la película llega a convertirse en un gag, como si Iñárritu olvidara que al cine también vamos a distraernos y a relajarnos. La violencia funciona mejor cuando la va acumulando el argumento y estalla en el momento en que los espectadores ya estamos preparados para ella; de otro modo viene a ser un recurso fácil, por lo injustificable. El Padrino de Francis Ford Coppola es ejemplo de cómo se maneja la violencia como cénit de la historia y no como mero sazón que haga brincar a la gente de sus asientos. ¿Va entonces Babel por el camino que le dé a Iñárritu un Oscar? Es poco probable. Quizá la Academia preferirá esperar a que el cineasta busque otras alternativas narrativas, que sí las tiene, lo que pasa es que en Hollywood no las conocen. O dicho de otro modo, que se convierta en mejor constructor de una torre fílmica que no termine como esta Babel, a la cual le falta una cúspide que los recursos actuales del cineasta, ya desgastados, no pudieron concretar. |