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Internacional
¿Y Corea del Norte? Bien, gracias Mientras los pobrecitos talibán pasan lo peor en Guantánamo, Corea del Norte sufre un régimen brutal que alarmaría al mismo Orwell. ¿Por qué los defensores de los derechos humanos no voltean hacia allá? SEPTIEMBRE, 2006. La réplica está prohibida, y quienes se han atrevido a quejarse desaparecieron sin que se sepa de ellos desde entonces. Hace años que se sufren atroces hambrunas sin que al gobierno le importe y, peor aún, ha entorpecido en envío de ayuda internacional. A todo esto hay que añadírsele el destino de casi el 60 por ciento del presupuesto a armamento nuclear y al mantenimiento de su ejército. ¿Se trata de alguna república bananera? ¿O acaso del mismo gobierno norteamericano? Difícil. Hablamos de la última dictadura de corte estalinista que queda sobre el planeta, una nación paria estrangulada por un sátrapa adicto al culto a la personalidad mayor al de su padre y quien, paradójicamente, lleva una vida privada de dispendio y lujos, entre los que se incluye pedir exquisiteces ultramarinas, auténticos exoticismos para sus gobernados. Pero eso sí, Corea del Norte se dice amenazada, y por ello dispendia su escaso presupuesto de una manera que, de tratarse de otro país, provocaría la ira y la furia de los defensores de los Derechos Humanos. Sin embargo la comunidad internacional ha guardado discreto silencio en torno a la dictadura de Kim Il Sung, el "bienamado líder" que sucedió a su padre en 1996 y que ha reforzado aun más las cadenas que mantienen a este país entre los más atrasados y cerrados del mundo. Mientras la comunidad internacional ha hecho un escándalo monumental en torno a los prisioneros de Abu Grahib y de Guantánamo --personajes que, al actuar sin bandera ni uniforme teóricamente quedan exentos de los acuerdos de la Convención de Ginebra respecto al trato a prisioneros de guerra-- pero su silencio ha sido, parafraseando a Vargas Llosa, ensordecedor. Es verdad que Amnistía Internacional ha denunciado en diversas ocasiones a la dictadura norcoreana, aunque no con tanto ímpetu como para organizar conciertos como sucedió en su (por supuesto justificada) guerra contra el apartheid. En 1997 la entonces secretaria de Estado Madeleine Albright visitó Pyongang y dijo que Kim Sung tenía una "personalidad encantadora", cualidad que, por cierto, también poseía Hitler, a quien pocos diplomáticos podrían tachar de antipático. Pero al final es lo mismo: el "encanto" no quita a Kim Sung el de violador de Derechos Humanos, muchas veces aplaudido por la comunidad intelectual y aun justificado con el argumento de que "mientras se luche contra el imperialismo", todo se vale. Esta parece ser una razón clave ante la complicidad --como sucede con Cuba, donde se estima hay alrededor de 2 mil 500 presos políticos que no recibieron la visita del secretario de la ONU en días pasados-- de la comunidad internacional: Corea del Norte no ha renegado de ser una "dictadura popular", es decir, un país comunista. Trátese de Cuba --y durante los años de la guerra fría todo el bloque oriental-- el declararse socialista parece dar una patente de impunidad a donde no se asoman los grupos de derechos humanos y los que exigen la instauración inmediata de la democracia y la libertad de expresión. Si en los años de la dictadura pinochetista Chile hubiera anunciado la implementación de un programa nuclear "de defensa estratégica" se le hubieran ido encima los grupos pacifistas, ecologistas y antinucleares, esos mismos que protestaron hasta cansarse por el accidente de Three Mile Island en 1979 pero guardaron criminal silencio ante el desastre de Chernobyl, en 1985, tragedia de la cual Hollywood aún no se ha dignado a filmar una película. Lo mismo ocurre con Corea del Norte, donde un "encantador" déspota que nada envidia a Gengis Kahn maneja todo un país como si fuera un juguete y, pese a la miseria que ha creado la colectivización, ha preferido que miles de sus compatriotas se mueran de hambre antes que rectificar el "rumbo revolucionario" del "venerado líder". Por tanto, quizá sea necesario que Sun Il Sung reniegue del comunismo y se abra a la economía de mercado para que los grupos defensores de Derechos Humanos comiencen a acusarlo de dictador. Quizá entonces deje de tener una "personalidad encantadora" para convertirse en lo que realmente es, un egomaníaco que dilapida los recursos en armamento, ejército y lujos sin que gobernados le importen un pito. |