[Este capítulo fue enviado por Esteban Ávila]
Por la rue de Varennes entraron en la rue
Vaneau. Lloviznaba, y la Maga se colgó todavía
más del brazo de Oliveira, se apretó contra su
impermeable que olía a sopa fría. Etienne y Perico
discutían una posible explicación del mundo por la
pintura y la palabra. Aburrido, Oliveira pasó el brazo por
la cintura de la Maga. También eso podía ser una
explicación, un brazo apretando una cintura fina y
caliente, al caminar se sentía el juego leve de los
músculos como un lenguaje monótono y persistente,
una Berlitz obstinada, te quie-ro te quie-ro te quie-ro. No una
explicación: verbo puro, que-rer, que-rer. "Y
después siempre, la cópula", pensó
gramaticalmente Oliveira. Si la Maga hubiera podido comprender
cómo de pronto la obediencia al deseo lo exasperaba,
inútil obediencia solitaria había dicho un poeta,
tan tibia la cintura, ese pelo mojado contra su mejilla, el aire
Toulouse Lautrec de la Maga para caminar arrinconada contra
él. En el principio fue la cópula, violar es
explicar pero no siempre viceversa. Descubrir el método
antiexplicatorio, que ese te quie-ro te quie-ro fuese el cubo de
la rueda. ¿Y el tiempo? Todo recomienza, no hay un
absoluto. Después hay que comer o descomer, todo vuelve a
entrar en crisis. El deseo cada tantas horas, nunca demasiado
diferente y cada vez otra cosa: trampa del tiempo para crear las
ilusiones. "Un amor como el fuego, arder eternamente en la
contemplación del Todo. Pero en seguida se cae en el
lenguaje desaforado."
-Explicar, explicar -gruñía
Etienne-. Ustedes si no nombran las cosas ni siquiera las ven. Y
esto se llama perro y esto se llama casa, como decía el de
Duino. Perico, hay que mostrar, no explicar. Pinto, ergo
soy.
-¿Mostrar qué? -dijo Perico
Romero.
-Las únicas justificaciones de que
estemos vivos.
-Este animal cree que no hay más
sentido que la vista y sus consecuencias -dijo Perico.
-La pintura es otra cosa que un producto
visual -dijo Etienne-. Yo pinto con todo el cuerpo, en ese
sentido no soy tan diferente de tu Cervantes o tu Tirso de no
sé cuánto. Lo que me revienta es la manía de
las explicaciones, el Logos entendido exclusivamente como
verbo.
-Etcétera -dijo Oliveira,
malhumorado-. Hablando de los sentidos, el de ustedes parece un
diálogo de sordos.
La Maga se apretó todavía
más contra él. "Ahora ésta va a decir alguna
de sus burradas", pensó Oliveira. "Necesita frotarse
primero, decidirse epidérmicamente." Sintió una
especie de ternura rencorosa, algo tan contradictorio que
debía ser la verdad misma. "Habría que inventar la
bofetada dulce, el puntapié de abejas. Pero en este mundo
las síntesis últimas están por descubrirse.
Perico tiene razón, el gran Logos vela. Lástima,
haría falta el amoricidio, por ejemplo, la verdadera luz
negra, la antimateria que tanto da que pensar a
Gregorovius."
-Che, ¿Gregorovius va a venir a la
discada? -preguntó Oliveira.
Perico creía que sí, y Etienne
creía que Mondrian.
-Fijate un poco en Mondrian -decía
Etienne-. Frente a él se acaban los signos mágicos
de un Klee. Klee jugaba con el azar, los beneficios de la
cultura. La sensibilidad pura puede quedar satisfecha con
Mondrian, mientras que para Klee hace falta un fárrago de
otras cosas. Un refinado para refinados. Un chino, realmente. En
cambio Mondrian pinta absoluto. Te ponés delante, bien
desnudo, y entonces una de dos: ves o no ves. El placer, las
cosquillas, las alusiones, los terrores o las delicias
están completamente de más.
-¿Vos entendés lo que dice?
-preguntó la Maga-. A mí mme parece que es injusto
con Klee.
-La justicia o la injusticia no tienen nada
que ver con esto -dijo Oliveira, aburrido-. Lo que
est&aaacute; tratando de decir esa otra cosa. No hagas en
seguida una cuestión personal.
-Pero por qué dice que todas esas
cosas tan hermosas no sirven para Mondrian.
-Quiere decir que en el fondo una pintura
como la de Klee te reclama un diploma ès lettres,
o por lo menos ès poésie, en tanto que
Mondrian se conforma con que uno se mondrianice y se
acabó.
-No es eso -dijo Etienne.
-Claro que es eso -dijo Oliveira-.
Según vos una tela de Mondrian se basta a sí misma.
Ergo, necesita de tu inocencia más que de tu experiencia.
Hablo de inocencia edénica, no de estupidez. Fijate que
hasta tu metáfora de estar desnudo delante del cuadro
huele a preadamismo. Paradójicamente Klee es mucho
más modesto porque exige la múltiple complicidad
del espectador, no se basta a sí mismo. En el fondo Klee
es historia y Mondrian atemporalidad. Y vos te morís por
lo absoluto. ¿Te explico?
-No -dijo Etienne-. C'est vache comme il
pleut.
-Tu parles, coño -dijo Perico-. Y el
Ronald de la puñeta, que vive por el demonio.
-Apretemos el paso -lo remedó
Oliveira-, cosa de hurtarle el cuerpo a la cellisca.
-Ya empiezas. Casi prefiero tu yuvia y tu
gayina, coño. Cómo yueve en Buenos Aires. El tal
Pedro de Mendoza, mira que ir a colonizaros a vosotros.
-Lo absoluto -decía la Maga, pateando
una piedrita de charco en charco-. ¿Qué es un
absoluto, Horacio?
-Mirá -dijo Oliveira-, viene a ser ese
momento en que algo logra su máxima profundidad, su
máximo alcance, su máximo sentido, y deja por
completo de ser interesante.
-Ahí viene Wong -dijo Perico-. El
chino está hecho una sopa de algas.
Casi al mismo tiempo vieron a Gregorovius que
desembocaba en la esquina de la rue de Babylone, cargando como de
costumbre con un portafolios atiborrado de libros. Wong y
Gregorovius se detuvieron bajo el farol (y parecían estar
tomando una ducha juntos), saludándose con cierta
solemnidad. En el portal de la caza de Ronald hubo un interludio
de cierraparaguas comment ça va a ver si alguien enciende
un fósforo está rota la minuterie qué noche
inmunda ah oui c'est vache, y una ascensión más
bien confusa interrumpida en el primer rellano por una pareja
sentada en un peldaño y sumida profundamente en el acto de
besarse.
-Allez, c'est pas une heure pour faire les
cons -dijo Etienne.
-Ta gueule -contestó una voz ahogada-.
Montez, montez, ne vous gênez pas. Ta bouche, mon
trésor.
-Salaud, va -dijo Etienne-. Es Guy Monod, un
gran amigo mío.
En el quinto piso los esperaban Ronald y
Babs, cada uno con una vela en la mano y oliendo a vodka barato.
Wong hizo una seña, todo el mundo se detuvo en la
escalera, y brotó a capella el himno profano del Club de
la Serpiente. Después entraron corriendo en el
departamento, antes de que empezaran a asomarse los
vecinos.
Ronald se apoyó contra la puerta.
Pelirrojamente en camisa a cuadros.
-La casa está rodeada de catalejos,
damn it. A las diez de la noche se instala aquí el dios
Silencio, y guay del que lo sacrilegue. Ayer subió a
increparnos un funcionario. Babs, ¿qué nos dice el
señor?
-Nos dice: "Quejas reiteradas."
-¿Y qué hacemos nosotros? -dijo
Ronald, entreabriendo la puerta para que entrara Guy Monod.
-Nosotros hacemos esto -dijo Babs, con un
perfecto corte de mangas y un violento pedo oral.
-¿Y tu chica? -preguntó
Ronald.
-No sé, se confundió de camino
-dijo Guy-. Yo creo que se ha ido, est&aaacute;bamos lo más
bien en la escalera, y de golpe. Más arriba no estaba.
Bah, qué importa, es suiza.