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ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS

 

Y Demás/Experiencias

                 
                 Farsas multinivel


Aunque fue una moda predebacle salinista, los negocios multinivel aún subsisten. La mayoría de las veces se aprovechan de la necesidad de la gente, y otras nos ofrecen ilusiones meramente piramidales.

                                                      
I

ENERO, 2006. Si mal no recuerdo la primera vez que escuché de los negocios multinivel fue en febrero del 94. Por ese entonces México atravesaba la oleada del primermundismo al cual, supuestamente, estábamos a punto de entrar. El país aún sufría los remesones del levantamiento zapatista, aunque en el norte del país, donde me encontraba, sólo nos poníamos nerviosos al ver las noticias por televisión; sus efectos eran imperceptibles desde acá.

En el sitio donde trabajaba la secretaria me entregó un recado de una compañera de generación de la preparatoria a quien realmente había tratado muy poco. La curiosidad pudo más así que al salir del trabajo fui a la dirección que me dio, distante apenas media cuadra. La chica estaba entusiasmada, eufórica; pidió que me sentara y me soltó una pregunta cuya respuesta es en extremo obvia "Óscar, dime, ¿a tí te gusta ganar dinero?" para de ahí asumir un largo monólogo que incluía, entre otras cosas, el "negocio", como invariablemente le denominaban, el cual consistía en crear una "red" donde yo tenía que invitar a participar a siete amigos, éstos a otros siete y así, todo con el fin de vender unos productos de aseo tras los cuales nos llegarían cheques "verdaderamente gordos"; "estamos hablando que, si le echas ganas, podrías recibir cheques mensuales de hasta 80 mil pesos", de los de entonces, unos 140 mil de hoy.

Toda la explicación discurrió en torno a una hoja de papel donde mi compañera de generación dibujó varios círculos, hizo cuentas y luego escribía cifras que daban mareos. "¡No puedes dejar escapar esta oportunidad!", me dijo, entre recriminadora y contenta. Y para que viera que no había fraude alguno, me invitó a la siguiente "junta de negocios" donde varios participantes hablarían de sus experiencias y --claro-- tratarían de registrar más gente al negocio. "Puedes traer a quien quieras", dijo la chica.

Así pues, y un jueves por la noche, fui con mi exnovia Vero, a la casa donde se efectuaría la reunión. Esta se encontraba en una colonia residencial pero al entrar tanto los muebles como los interiores no eran ostentosos ni mucho menos de alguien que ya llevaba tiempo en el "negocio". Luego de ofrecernos refresco, tentempiés y una charla más o menos dinámica comenzó la reunión. 

La presentadora, una mujer que ya se acercaba a los cuarenta, volvió a soltar la pregunta "¿a quién le gusta ganar dinero", y nuevamente contó la misma historia, con experiencias similares y aun chascarrillos idénticos. Porque eso sí, los presentadores solían aderezar sus conferencias con dosis humorísticas y referencias mundanas, como para convencernos que el "negocio" en nada alteraba sus actividades diarias. "Tengo una familia, hijos pequeños y tengo muchos gastos, así como ustedes. Y como ustedes antes también batallaba con el dinero pero luego que entré al 'negocio' ya no me preocupo y tengo tiempo de sobra para hacer y comprar lo que yo quiero".

Vero, que estaba a punto de terminar su carrera de sicología y tenía el sentido de intuición mucho más desarrollado que otras mujeres, me dijo al oído "todo esto suena muy raro... lo primero que hace una mujer al ganar dinero extra es remodelar su casa", y enseguida preguntó a la presentadora "Discúlpeme, ¿pero cuánto tiempo lleva usted en esto...?"

"Ya voy para dos años...", respondió.

"¿Ves?", me inquirió en un susurro.

La presentadora quizá jamás sintió lo capcioso de la pregunta, porque luego insistió en que "me está yendo bastante bien desde que entré al negocio". A menos que estuviera guardando sus ganancias celosamente en el banco --algo realmente difícil para alguien de clase media alta que de repente obtiene cheques abultados-- esto del "negocio" se veía sospechoso, por lo menos.

Luego de la conferencia, la compañera de generación se nos acercó. "¿No les gustaría empezar a tener ya sus ahorros para cuando se casen? ¡Imagínense, sin preocupaciones económicas, podrían vivir en la casa de sus sueños gracias al 'negocio'!"

"La verdad Óscar y yo aún no hemos hablado de matrimonio", respondió Vero, lo cual era cierto pues apenas teníamos un mes y días de noviazgo.

"¿Entonces qué, le entran...?", insistió la compañera de generación.

"Muchas gracias, pero la verdad, no me interesa", dijo Vero. Cerrada ya esa posibilidad, la compañera de generación enfocó sus baterías hacia mí: 

"Bueno, Óscar, pero tu si le quieres entrar ¿verdad? Mira, el mes que entra habrá otra conferencia en Puebla, tu pide prestado para el pasaje, total, con el dinero que al rato saques del 'negocio' vas a viajar en puro avión. ¡Ándale, anímate...!"

"¡Hombre, pero por supuesto que esto es una pirámide!", respondió el español medio amoscado, como si no esperara ese comentario. "Yo no sé que razones te he dado para pensar que esto no es una pirámide, yo nunca dije que esto no fuera una pirámide", agregó, ya francamente furioso. 


Su insistencia se convirtió en mi molestia. "Déjame pensarlo", respondí.

"Bueno, pero no dejes pasar esta oportunidad, no es algo de todos los días" y blá blá bla.

Al terminar la conferencia un matrimonio sí le "había entrado al negocio". Los vi firmar entusiasmados mientras Vero musitó, ya de salida, "Pobres, esos sí cayeron..."

Vero ya no mostró interés (aparte que a los dos meses terminó nuestra relación) pero yo sí asistí a otra reunión, ahora en el auditorio del Club de Industriales. Esta vez el presentador era un español, delgado y con cierto aire al futbolista "Buitre" Butragueño. Debo confesar que su manejo de las palabras me puso al borde de aceptar, ya, de entrarle al multinivel. El tipo mencionó todos los temores que sentíamos respecto al "negocio", y los rebatía con naturalidad. "Seguramente os habreís dicho 'es mucho trabajo, es como nadar de aquí a España...' ¿pero opinariáis lo mismo si os dijeráis que al otro lado de la costa os esperan un millón de dólares?", preguntó entre ceceos.

Un ejemplo similar había corrido por mi cabeza mientras iba rumbo al centro de convenciones. Al escuchar eso lo único que retumbaba en mi mente era "sí le entro, sí le entró, sí le..."

Al terminar la conferencia, media docena de personas rodeó al español, quien tranquilamente bebía sidra y mordisqueaba un sandwich. "En España se reían de mí cuando les mencionaba lo del 'negocio'", refirió. "Pero ahora recibo un cheque semanal mucho mayor a lo que mi exjefe recibe en una mes. Os digo, con el 'negocio' todos los apuros económicos pasan a la historia".

"¡Lo que más me gustó es que no es una pirámide!", comenté, en espera que el español coincidiera conmigo.

"¡Hombre, pero por supuesto que esto es una pirámide!", respondió el español medio amoscado, como si no esperara ese comentario. "Yo no sé que razones te he dado para pensar que esto no es una pirámide, yo nunca dije que esto no fuera una pirámide", agregó, ya francamente furioso. Y no lo dijo, cierto, porque, sencillamente, durante la conferencia nadie se lo había preguntado.

Sobra decir que esa respuesta apagó mis todo ánimo de unirme al "negocio", no sólo porque no se requiere mucha ciencia para percibir que las pirámides son trampas de matemática elemental donde los únicos que ganan son quienes las organizan.

Con la compañera de generación, la mujer casi cuarentona y ahora con el español había notado algo: su excesiva afabilidad se esfumaba tan pronto topaban con un comentario inesperado. Seguramente se les había entrenado cuando entraron al multinivel a cómo responder las preguntas de los escépticos, de los desconfiados, de los inquisidores y de los apáticos. Pero cualquier pregunta no incluida en el libreto bastaba para que su semblante cambiara o se derruyera tanta amabilidad irradiada, la mayoría de ella falsa.

En la junta con la presentadora cuarentona alguien preguntó, también inocentemente "¿Y qué pasaría si alguien de los que metí a vender productos...?"

"Al negocio", le interrumpió la presentadora con sequedad aunque sin perder la sonrisa.

"Bueno, al negocio, como usted dice... ¿qué pasaría si no quiere pagar o no vende nada...?"

La presentadora titubeó y luego disparó, como en rafaga: "Cada organizador es responsable de su gente, si usted escoge a alguien que luego no quiere pagar o no logra vender, sencillamente usted escogió mal a su gente... Necesitamos gente en verdad convencida..."

"Si, en verdad convencida para que esto funcione...", se escuchó una voz femenina al fondo, ante lo cual la presentadora, casi sin contenerse, dijo:

"¡Ya dije que 'esto' tiene nombre, y se llama 'negocio'! Cada quien es libre de entrar, y quien no esté convencido está en libertad de decir 'yo no' y listo". contestó la presentadora cuarentona, ya con el rostro colorado.

Algo igual ocurrió con el comentario que hice frente al español. Era tan obvio que era una pirámide que le pareció insultante que alguien pensara que no lo era. Lo curioso, por supuesto, es que a esa pirámide (la "opción del incauto desesperado", le llaman) los señores multinivel le llaman "negocio". Por eso, como sucedió con la presentadora cuarentona, les irrita que se le llame con otro nombre.

Así pues terminó 1994 y con él la ilusión del primermundismo salinista. En diciembre de ese año, apenas tres días antes de Navidad, la bomba estalló, el peso se devaluó, las tasas de interés se dispararon y quienes estaban endeudados quedaron de pronto en la calle y con órdenes de embargo sobre sus cabezas. En los días posteriores la frase "pobres, esos sí cayeron" de mi ex novia, resonaron durante buen rato.

Había una razón adicional: el "negocio" consistía en la venta de productos del hogar como detergentes, jabones, shampoo, limpiapisos y aromatizantes; como se trataba de productos importados, su precio era más alto que en un supermercado y, además, el presentador que se parecía a Butragueño había aceptado que su calidad no era la mejor, "pero sí al usarlos ganó mucho dinero, la verdad no importa", según dijo en su conferencia.

Imaginaba a todos los incautos inscritos en el "negocio" quienes veían cómo, en los meses más duros posteriores al Error de Diciembre, los productos subían de precio escandalosamente y quedaban arrumbados mientras las ventas también se detenían. ¿Quién va a pensar en adquirir un aromatizante en tiempos de crisis? Si existe shampoo cuyo precio es tres veces menos a los que ofrece el "negocio" ¿quién va a quererlo comprar si se ve obligado a ajustar el cinturón presupuestal?

Obvia mencionar que, tras la crisis del 94, las juntas multinivel, las conferencias, las invitaciones y las sonrisas promocionales desaparecieron súbitamente. Mi compañera de generación jamás volvió a llamarme para convencerme de entrar al "negocio", ni supe de nadie más que hubiera asistido a esas pláticas proselitistas, ni mucho menos de alguien que haya acumulado una fortuna considerable vendiendo la variedad de productos Amway en tiempos de recesión económica. Cuando se desgajó el cerro salinista, todo el lodo imaginable cayó sobre los "negocios" multinivel a niveles, imagino, catastróficos.

                                                  
    II

Y si bien este "negocio" multinivel en México ya casi se extinguió, existe todavía en otros países. Sin embargo el ejemplo para esquilmar incautos sigue campante, como pude comprobarlo unos años después cuando, urgido de dinero pues donde trabajaba el sueldo ya llevaba dos meses de retraso, hice caso a un aviso de ocasión que decía "¡Gane hasta 6 mil pesos mensuales! Experiencia no necesaria" y, sobre todo, la frase NO VENTAS, y en seguida venía la dirección, los horarios y al final un "preguntar por Bertha".

El lugar de recepción se encontraba en el cuarto piso de un edificio en el centro de la ciudad. Era una construcción ya vieja, y en la sala de la entrada donde se tomaban los nombres había un añejo escritorio de madera donde se tomaban los datos a quienes llegaban y preguntaban no sólo por "Bertha" sino por "Miguel", "Lorena", "Claudia", "Lic. Cavazos", etcétera.

Pensé que pocos se interesarían en la oferta, pero había alrededor de 30 personas entre estudiantes, amas de casa y hasta un tipo con traje de policía. Se nos hizo pasar a una oficina desvencijada donde un joven con sonrisa kilométrica nos dio la bienvenida. Era inevitable que alguien le preguntara si esto no eran ventas, "Claro que no", respondió el muchacho, apenas veinteañero, "eso está muy claro en el anuncio del periódico". Entonces de qué se trata, preguntamos otros. "¡Ah, no desesperen, eso lo sabrán a su debido tiempo", respondió, sin perder el buen humor. "Primero deberán pasar a una sesión donde se les preparará para comenzar a ganar más dinero del que nunca imaginaron". Enseguida tomó nuestros nombres y dijo que el "entrenamiento", que iniciaba al día siguiente, duraría tres días. "¡No se vayan a rajar, aquí los esperamos mañana", nos despidió el joven aquél.

Al día siguiente, a las 9, llegué al sitio. Ahora había más gente, alrededor de 60. Nos llevaron a un salón más amplio donde un tal Benjamín, con micrófono en mano, nos dio la bienvenida. A su lado estaba una chica escultural, blanca y de cabello rizado oscuro, de quien dijo su nombre era Scarlet. La muchacha, sin duda una edecán, sólo sonreía al público.

Empezó la sesión. Como éramos muchos se nos separó en equipos. Cada uno formó un círculo y se nos pidió que escribiéramos en un papel por qué y para qué queríamos tener mucho dinero. Al terminar, "Benjamín" inquirió "a ver, levanten la mano quienes escribieron una nueva casa" a lo cual la mayoría puso los dedos en alto, "un carro del año", lo mismo, "dinero para viajar", igual y, al final, "para asegurar nuestro futuro", a lo cual si mucho cinco personas levantaron la mano. La manipulación sicológica comenzaba a desarrollarse.

Subió la voz, con gritos y a punto de llorar, decía "¡Por muchos años no usé zapatos, se me infectaban los pies, pero aguanté y aguanté. Por eso me disgusta tanto la gente que se dice 'no puedo', 'no puedo'...! ¡ELLOS NO TIENEN IDEA DEL SUFRIMIENTO, DE LO QUE ES SER POBRE, MALDITA SEA, NO TIENEN IDEA...

Al segundo día "Benjamín" se veía menos tenso e incluso contó algunos chistes. "¿Y dónde dejaste a Scarlet?", le preguntó alguien. "Por ahí anda, por ahí anda, haciendo suspirar a muchos caballeros", bromeó.

Luego de un descanso de 15 minutos "Benjamín" pidió que nos sentáramos para darnos a conocer "una noticia muy importante". Debido a que los equipos ya estaban completos, era necesario desembolsar cierta cantidad para "darnos de alta". No era mucho dinero, era más bien simbólico, pero si lo multiplicamos por todos quienes pagamos, alrededor de 75, la cifra ya era mucho más respetable.

Enseguida "Benjamín" nos pidió tomar apuntes y el dictado de unas "técnicas de persuasión" así como algunos textos refriteados de superación personal. Al terminar la sesión nos advirtió "mañana tienen que venir pues se les dará toda la información para que a la voz de ya empiecen a ganar mucho dinero. Ni se les ocurra faltar".

Sin embargo casi 24 horas después ya no éramos 75, sino alrededor de 40. "Es normal que eso pase, son gente que nada más vinieron por curiosidad", se justificó "Benjamín" quien ese día dejó de ser el presentador para dar lugar a "Miguel", un sujeto medio alto, con bigote recortado y ademanes de ministro protestante. Y aunque su presentación comenzó con dosis de humor y anécdotas divertidas, poco a poco se hizo más densa, más tenebrosa. escabrosa.


Y es que "Miguel" dramatizó el cómo había dejado un hogar lleno de maltrato y pobreza para entrar a, recuerdo perfectamente la frase, "esta oportunidad que se me ha dado para ayudar a los demás y ayudarme a mí mismo". "¿Qué se traerá este güey?", pensé, idea que sin duda muchos otros asistentes también tenían en la cabeza.

Enseguida subió la voz, y con gritos y a punto de llorar, decía "¡Por muchos años no usé zapatos, se me infectaban los pies, pero aguanté, aguanté y aguanté. Por eso me disgusta tanto la gente que se dice 'no puedo', 'no puedo', 'no puedo'...! ¡ELLOS NO TIENEN IDEA DEL SUFRIMIENTO, DE LO QUE ES POBRE, MALDITA SEA, NO TIENEN IDEA...!"

Cuando terminó, y casi como acto reflejo, todos aplaudimos rabiosamente. Si él, que había nacido en un poblado pobre al sur de México había logrado juntar mucho dinero ¿por qué nosotros no?

Sin embargo a los cinco minutos toda la pesadumbre de "Miguel" había desaparecido. Y ahora, señaló, era momento de revelar el secreto. Pidió a Scarlet que la trajera unas cajas, sacó un envoltorio de una de ellas, lo abrió y nos mostró ¡un perfume!

"Este es el secreto", dijo "Miguel" orgulloso. "Sólo tienen que colocar el producto entre siete amigos y que éstos consigan a otros siete amigos y..."

"Oígame, ¿pos que no nos habían dicho que no eran ventas?", preguntó un señor, al fondo del salón, en un tono de voz que mezclaba decepción y enojo.

"No son ventas, son 'colocaciones', como ya lo dije", respondió "Miguel", cuya sonrisa era cada vez más cínica.

"¡Pero es lo mismo", argumentó una mujerona, "¿acaso quieren vernos la cara de pendejos?"

"Señora, más respeto por favor", dijo "Miguel", casi sin poder contenerse. "Si quiere llamarles ventas, perfecto, no hay inconveniente", y arengó, al resto de nosotros, "¡esta es la oportunidad de su vida... ¡No la dejen ir...!"

Scarlet, la guapa edecán, repartió muestras de aromas de esos perfumes, donde la mayoría de ellos olían a imitación barata. Alguien detrás de mí comentó "esto es un fraude... bola de sinvergüenzas..."

A la salida "Benjamín" volvió a tomar "mis generales", pero esta vez le di un nombre ficticio, dirección ficticia y número telefónico inexistente. "Mañana tienes que venir, puntual, te conviene..."

Después de tres días de teatro barato, creo que ya había sido suficiente. Ya no regresé, y estoy seguro que la mayoría tampoco lo hizo.