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Capítulo 15
Capítulo enviado
por Jorge Andrés
Costela
Entonces era
tan natural que se acordara de la noche en el canal Saint-Martin, la
propuesta que le habían hecho (mil francos) para ver una película en la
casa de un médico suizo. Nada, un operador del Eje que se las había
arreglado para filmar un ahorcamiento con todos los detalles. En total dos
rollos, eso sí mudos. Pero una fotografía admirable, se lo garantizaban.
Podía pagar a la salida. En el minuto necesario para
resolverse a decir que no y mandarse a mudar del café con la negra
haitiana amiga del amigo del médico suizo, había tenido tiempo de imaginar
la escena y situarse, cuándo no, del lado de la víctima. Que ahorcaran a
alguien era-lo-que-era, sobraban las palabras, pero si ese alguien había
sabido (y el refinamiento podía haber estado en decírselo) que una cámara
iba a registrar cada instante de sus muecas y sus retorcimientos para
deleite de dilettantes del futuro..."Por más que me pese nunca seré un
indiferente como Etienne", pensó Oliveira. "Lo que pasa es que me obstino
en la inaudita idea de que el hombre ha sido creado para otra cosa.
Entonces, claro...Qué pobres herramientas para encontrarle una salida a
este agujero." Lo peor era que había mirado fríamente las fotos de Wong,
tan solo porque el torturado no era su padre, aparte de que ya hacía
cuarenta años de la operación pekinesa. -Mirá- le
dijo Oliveira a Babs, que se había vuelto con él después de pelearse con
Ronald que insistía en escuchar a Ma Rainey y se despectivaba contra Fats
Waller-, es increíble cómo se puede ser de canalla. ¿Qué pensaba Cristo en
la cama antes de dormirse, che? De golpe en la mitad de la sonrisa la boca
se le convierte en una araña peluda. -Oh -dijo
Babs-. Delirium tremens no, eh. A esta hora. -Todo
es superficial, nena, todo es epi-dér-mico. Mirá, de muchacho yo me las
agarraba con las viejas de la familia, hermanas y esas cosas, toda la
basura genealógica, ¿sabés por qué? Bueno, por un montón de pavadas, pero
entre ellas porque a las señoras cualquier fallecimiento, como dicen
ellas, cualquier crepación que ocurre en la cuadra es muchísimo más
importante que un frente de guerra, un terremoto que liquida a diez mil
tipos, cosas así. Uno es verdaderamente cretino, pero cretino a un punto
que no te podés imaginar, Babs, porque para eso hay que haberse leído todo
Platón, varios padres de la iglesia, los clásicos sin que falte ni uno, y
además saber todo lo que hay que saber sobre todo lo cognoscible,
exactamente en ese momento uno llega a un cretinismo tan increíble que es
capaz de agarrar a su pobre madre analfabeta por la punta de la mañanita y
enojarse porque la señora esta afligidísima a causa de la muerte del
rusito de la esquina o de la sobrina de la del tercero. Y uno le habla del
terremoto de Bab El Mandeb o de la ofensiva de Vardar Ingh, y pretende que
la infeliz se compadezca en abstracto de la liquidación de tres clases del
ejercito iranio... -Take it easy -dijo Babs-. Have a
drink, sonny, don't be such a murder to me. -Y en
realidad todo se reduce a aquello de que ojos que no ven... ¿Qué necesidad,
decime, de pegarles a las viejas en el coco con nuestra puritana
adolescencia de cretinos mierdosos? Che, qué sbornia tengo, hermano. Yo me
voy a casa. Pero le costaba renunciar a la manta
esquimal tan tibia, a la contemplación lejana y casi indiferente de
Gregorovius en pleno interviú sentimental de la Maga. Arrancándose a todo
como si desplumara un viejo gallo cadavérico que resiste como macho que ha
sido, suspiró aliviado al reconocer el tema de Blue Interlude, un
disco que había tenido alguna vez en Buenos Aires. Ya ni se acordaba del
personal de la orquesta pero sí que ahí estaba Benny Carter y quizá Chu
Berry, y oyendo el difícilmente sencillo solo de Tedy Wilson decidió que
era mejor quedarse hasta el final de la discada. Wong había dicho que
estaba lloviendo, todo el día había estado lloviendo. Ese debía ser Chu
Berry, a menos que fuera Hawkins en persona, pero no, no era Hawkins.
"Increíble cómo nos estamos empobreciendo todos", pensó Oliveira mirando a
la Maga que miraba a Gregorovius que miraba el aire. "Acabaremos por ir a
la Bibliothèque Mazarine a hacer fichas sobre las mandrágoras, los
collares de los bantúes o la historia comparada de las tijeras para uñas."
Imaginar un repertorio de insignificancias, el enorme trabajo de
investigarlas y conocerlas a fondo. Historia de las tijeras para uñas, dos
mil libros para adquirir la certidumbre de que hasta 1675 no se menciona
este adminículo. De golpe en Maguncia alguien estampa la imagen de una
señora cortándose una uña. No es exactamente un par de tijeras, pero se le
parece. En el siglo XVIII un tal Philip McKinney patenta en Baltimore las
primeras tijeras con resorte: problema resuelto, los dedos pueden
presionar de lleno para cortar las uñas de los pies, increíblemente
córneas, y la tijera vuelve a abrirse automáticamente. Quinientas fichas,
un año de trabajo. Si pasáramos ahora a la invención del tornillo o al uso
del verbo "gond" en la literatura pali del siglo VIII. Cualquier cosa
podía ser mas interesante que adivinar el diálogo entre la Maga y
Gregorovius. Encontrar una barricada, cualquier cosa, Beny Carter, las
tijeras de uñas, el verbo gond, otro vaso, un empalamiento ceremonial
exquisitamente conducido por un verdugo atento a los menores detalles, o
Champion Jack Dupree perdido en los blues, mejor barricado que él porque
(y la púa hacía un ruido
horrible)
Say goodbye, goodbye to
whiskey
Lordy, so long to
gin,
Say goodbye, goodbye to
whiskey
Lordy, so long to
gin.
I just want my
reefers,
I just want to feel high again - De manera
que con toda seguridad Ronald volvería a Big Bill Broonzy, guiado por
asociaciones que Oliveira conocía y respetaba, y Big Bill les hablaría de
otra barricada con la misma voz con que la Maga le estaría contando a
Gregorovius su infancia en Montevideo, Big Bill sin amargura, matter of
fact,
They said if you white, you all
right,
If you brown, stick
aroun'
But as you
black
Mm, mm, brother, get back, get back, get
back. -Ya sé que no se gana nada -dijo
Gregorovius-. Los recuerdos sólo pueden cambiar el pasado menos
interesante. -Sí, no se gana nada dijo la
Maga. -Por eso, si le pedí que me hablara de
Montevideo, fue porque usted es como una reina de baraja para mí, toda de
frente pero sin volumen. Se lo digo así para que me
comprenda. -Y Montevideo es el volumen... Pavadas,
pavadas, pavadas. ¿A qué le llama tiempos viejos, usted? A mí todo lo que
me ha sucedido me ha sucedido ayer, anoche a más
tardar. -Mejor -dijo Gregorovius-. Ahora es una
reina, pero no de baraja. -Para mí, entonces no es
hace mucho. Entonces es lejos, muy lejos, pero no hace mucho. Las recovas
de la plaza Independencia, vos también las conocés, Horacio, esa plaza tan
triste con las parrilladas, seguro que por la tarde hubo algún asesinato y
los canillitas están voceando el diario en las
recovas. -La lotería y todos los premios -dijo
Horacio. -La descuartizada del Salto, la política,
el fútbol... -El vapor de la carrera, una cañita
Ancap. Color local, che. -Debe ser tan exótico -dijo
Gregorovius, poniéndose de manera de taparle la visión a Oliveira y
quedarse más solo con la Maga que miraba las velas y seguía el compás con
el pie. -En Montevideo no había tiempo, entonces
-dijo la Maga-. Vivíamos muy cerca del río, en una casa grandísima con un
patio. Yo tenía siempre trece años, me acuerdo tan bien. Un cielo azul,
trece años, la maestra de quinto grado era bizca. Un día me enamoré de un
chico rubio que vendía diarios en la plaza. Tenía una manera de decir
"dário" que me hacía sentir como un hueco aquí... Usaba pantalones largos
pero no tenía más de doce años. Mi papá no trabajaba, se pasaba las tardes
tomando mate en el patio. Yo perdí a mi mamá cuando tenía cinco años, me
criaron unas tías que después se fueron al campo. A los trece años
estábamos solamente mi papá y yo en la casa. Era un conventillo y no una
casa. Había un italiano, dos viejas, y un negro y su mujer que se peleaban
por la noche pero después tocaban la guitarra y cantaban. El negro tenía
unos ojos colorados, como una boca mojada. Yo les tenía un poco de asco,
prefería jugar en la calle. Si mi padre me encontraba jugando en la calle
me hacía entrar y me pegaba. Un día, mientras me estaba pegando, vi que el
negro espiaba por la puerta entreabierta. Al principio no me di bien
cuenta, parecía que se estaba rascando la pierna, hacía algo con la
mano... Papá estaba demasiado ocupado pegándome con un cinturón. Es raro
cómo se puede perder la inocencia de golpe, sin saber siquiera que se ha
entrado en otra vida. Esa noche, en la cocina, la negra y el negro
cantaron hasta tarde, yo estaba en mi pieza y había llorado tanto que
tenía una sed horrible, pero no quería salir. Mi papá tomaba mate en la
puerta. Hacía un calor que usted no puede entender, todos ustedes son de
países fríos. Es la humedad, sobre todo, cerca del río, parece que en
Buenos Aires es peor, Horacio dice que es mucho peor, yo no sé. Esa noche
yo tenía la ropa pegada, todos tomaban y tomaban mate, dos o tres veces
salí y fui a beber de una canilla que había en el patio entre los
malvones. Me parecía que el agua de esa canilla era más fresca. No había
ni una estrella, los malvones olían áspero, son unas plantas groseras,
hermosísimas, usted tendría que acariciar una hoja de malvón. Las otras
piezas ya habían apagado la luz, papá se había ido al boliche del tuerto
Ramos, yo entré el banquito, el mate y la pava vacía que él siempre dejaba
en la puerta y que nos iban a robar los vagos del baldío de al lado. Me
acuerdo que cuando crucé el patio salió un poco la luna y me paré a mirar,
la luna siempre me daba como frío, puse la cara para que desde las
estrellas pudieran verme, yo creía en esas cosas, tenía nada más que trece
años. Después bebí otro poco de la canilla y me volví a mi pieza que
estaba arriba, subiendo una escalera de fierro donde una vez a los nueve
años me disloqué un tobillo. Cuando iba a encender la vela de la mesa de
luz una mano caliente me agarró por el hombro, sentí que cerraban la
puerta, otra mano me tapó la boca, y empecé a oler a catinga, el negro me
sobaba por todos lados y me decía cosas en la oreja, me babeaba la cara,
me arrancaba la ropa y yo no podía hacer nada, ni gritar siquiera porque
sabía que me iba a matar si gritaba y no quería que me mataran, cualquier
cosa era mejor que eso, morir era la peor ofensa, la estupidez más
completa. ¿Por qué me mirás con esa cara, Horacio? Le estoy contando cómo
me violó el negro del conventillo, Gregorovius tiene tantas ganas de saber
cómo vivía yo en el Uruguay. -Contáselo con todos
los detalles -dijo Oliveira. -Oh, una idea general
es bastante -dijo Gregorovius. -No hay ideas
generales -dijo Oliveira.
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