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Capítulo 16
Capítulo enviado
por Jorge Andrés
Costela
Cuando se
fue de la pieza era casi de madrugada, y yo ya ni sabía
llorar. -El asqueroso -dijo
Babs. -Oh, la Maga merecía ampliamente ese homenaje
-dijo Etienne-. Lo único curioso, como siempre, es el divorcio diabólico
de las formas y los contenidos. En todo lo que contaste el mecanismo es
casi exactamente el mismo que entre dos enamorados, aparte de la menor
resistencia y probablemente la menor agresividad.
-Capítulo ocho, sección cuatro, párrafo A -dijo Oliveira-. Presses
Universitaires Françaises. -Ta gueule -dijo
Etienne. -En resumen -opinó Ronald- ya sería tiempo
de escuchar algo así como Hot and
Bothered. -Título apropiado a las circunstancias
rememoradas -dijo Oliveira llenando su vaso-. El negro fue un valiente,
che. -No se presta a bromas -dijo
Gregorovius. -Usted se lo buscó,
amigazo. -Y usted está borracho,
Horacio. -Por supuesto. Es el gran momento, la hora
lúcida. Vos, nena, deberías emplearte en alguna clínica gerontológica.
Miralo a Ossip, tus amenos recuerdos le han sacado por lo menos veinte
años de encima. -Él se lo buscó -dijo resentida la
Maga-. Ahora que no salga diciendo que no le gusta. Dame vodka,
Horacio. Pero Oliveira no parecía dispuesto a
inmiscuirse más entre la Maga y Gregorovius, que murmuraba explicaciones
poco escuchadas. Mucho más se oyó la voz de Wong ofreciéndose a hacer el
café. Muy fuerte y caliente, un secreto aprendido en el casino de Mentón.
El Club aprobó por unanimidad, aplausos. Ronald besó cariñosamente la
etiqueta de un disco, lo hizo girar, le acercó la púa ceremoniosamente.
Por un instante la máquina Ellington los arrasó con la fabulosa payada de
la trompeta y Baby Cox, la entrada sutil y como si nada de Johnny Hodges,
el crescendo (pero ya el ritmo empezaba a endurecerse después de treinta
años, un tigre viejo aunque todavía elástico) entre riffs tensos y libres
a la vez, pequeño difícil milagro: Swing, ergo soy. Apoyándose en
la manta esquimal, mirando las velas verdes a través de la copa de vodka
(íbamos a ver los peces al Quai de la Mégisserie) era casi sencillo pensar
que quizá eso que llamaban la realidad merecía la frase despectiva del
Duke, It don't mean a thing if it ain't that swing, pero por qué la
mano de Gregorovius había dejado de acariciar el pelo de la Maga, ahí
estaba el pobre Ossip más lamido que una foca, tristísimo con el
desfloramiento archipretérito, daba lástima sentirlo rígido en esa
atmósfera donde la música aflojaba las resistencias y rejía como una
respiración común, la paz de un solo enorme corazón latiendo para todos,
asumiéndolos a todos. Y ahora una voz rota, abriéndose paso desde un disco
gastado, vieja tristeza anacreóntica, un carpe diem Chicago
1929.
You so beautiful but you gotta die some
day,
You so beautiful but you gotta die some
day,
All I want's a little lovin' before you pass
away.
De cuando en cuando ocurría que las
palabras de los muertos coincidían con lo que estaban pensando los vivos
(sí unos estaban vivos y los otros muertos). You so beautiful. Je ne veux
pas mourir sans avoir compris pourquoi j'avais vécu. Un blues, René
Daumal, Horacio Oliveira, but you gotta die some day, you so beautiful but
- Y por eso Gregorovius insistía en conocer el pasado de la Maga, para que
se muriera un poco menos de esa muerte hacia atrás que es toda ignorancia
de las cosas arrastradas por el tiempo, para fijarla en su propio tiempo,
you so beautiful but you gotta, para no amar a un fantasma que se deja
acariciar el pelo bajo la luz verde, pobre Ossip, y qué mal estaba
acabando la noche, todo tan increíblemente tan, los zapatos de Guy Monod,
but you gotta die some day, el negro Ireneo (después, cuando agarra
confianza, la Maga le contaría lo de Ledesma, lo de los tipos la noche de
carnaval, la saga montevideana completa). Y de golpe, con una
desapasionada perfección, Earl Hines proponía la primera variación de I
ain't got nobody, y hasta Perico, perdido en una lectura remota,
alzaba la cabeza y se quedaba escuchando, la Maga había aquietado la
cabeza contra el muslo de Gregorovius y miraba el parquet, el pedazo de
alfombra Turca, una hebra roja que se perdía en el zócalo, un vaso vacío
al lado de la pata de una mesa. Quería fumar pero no iba a pedirle un
cigarrillo a Gregorovius, sin saber por qué no se lo iba a pedir y tampoco
a Horacio, pero sabía por qué no iba a pedírselo a Horacio, no quería
mirarlo en los ojos y que él se riera otra vez vengándose de que ella
estuviera pegada a Gregorovius y en toda la noche no se le hubiera
acercado. Desvalida, se le ocurrían pensamientos sublimes, citas de poemas
que se apropiaba para sentirse en el corazón mismo de la alcachofa, por un
lado I ain't got nobody, and nobody cares for me, que no era cierto
ya que por lo menos dos de los presentes estaban malhumorados por causa de
ella, y al mismo tiempo un verso de Perse, algo así como Tu est là, mon
amour, et je n'ai lieu qu'en toi, donde la Maga se refugiaba
apretándose contra el sonido de lieu, de Tu est là, mon
amour, la blanda aceptación de la fatalidad que exigía cerrar los ojos
y sentir el cuerpo como una ofrenda, algo que cualquiera podía tomar y
manchar y exaltar como Ireneo, y que la música de Hines coincidiera con
manchas rojas y azules que bailaban por dentro de sus párpados y se
llamaban, no se sabía por qué, Volaná y Valené, a la izquierda Volaná
(and nobody cares for me) girando enloquecidamente, arriba Valené,
suspendida como una estrella de un azul pierodellafrancesca, et je n'ai
lieu qu'en toi, Volaná y Valené, Ronald no podría tocar jamás el piano
como Earl Hines, en realidad Horacio y ella deberían tener ese disco y
escucharlo de noche en la oscuridad, aprender a amarse con esas frases,
esas largas caricias nerviosas, I ain't got nobody en la espalda,
en los hombros, los dedos detrás del cuello, entrando las uñas en el pelo
y retirándolas poco a poco, un torbellino final y Valené se fundía con
Volaná, tu est là, mon amour and nobody cares for me, Horacio
estaba ahí pero nadie se ocupaba de ella, nadie le acariciaba la cabeza,
Valené y Volaná habían desaparecido y los párpados le dolían a fuerza de
apretarlos, se oía hablar a Ronald y entonces olor a café, ah, olor
maravilloso del café, Wong querido, Wong Wong Wong.
Se enderezó, parpadeando, miró a Gregorovius que parecía como menoscabado
y sucio. Alguien le alcanzó una taza.
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