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Capítulo 154
Capítulo enviado
por Mercedes Creus
De todas
maneras los zapatos estaban pisando una materia linoleosa, las narices
olían una agridulce aséptica pulverización, en la cama estaba el viejo muy
instalado contra dos almohadas, la nariz como un garfio que se prendiera
en el aire para sostenerlo sentado. Lívido, con ojeras mortuorias. Zigzag
extraordinario de la hoja de temperatura. ¿Y por qué se
molestaban? Se habló de que no era nada, el amigo
argentino había sido testigo casual del accidente, el amigo francés era
manchista, todos los hospitales la misma porquería. Morelli, sí, el
escritor. -No puede ser- dijo
Etienne. Por qué no, ediciones-piedra-en-el-agua:
plop, no se vuelve a saber nada. Morelli se molestó en decirles que se
habían vendido (y regalado) unos cuatrocientos ejemplares. Eso sí, dos en
Nueva Zelandia, detalle emocionante. Oliveira sacó un
cigarrillo con una mano que temblaba, y miró a la enfermera que le hizo
una seña afirmativa y se fue, dejándolos metidos entre los dos biombos
amarillentos. Se sentaron a los pies de la cama, después de recoger
algunos de los cuadernillos y rollos de papel. -Si
hubiéramos visto la noticia en los diarios... -dijo
Etienne. -Salió en el Figaro -dijo Morelli-.
Debajo de un telegrama sobre el abominable hombre de las
nieves. -Vos te das cuenta -alcanzó a murmurar
Oliveira-. Pero por otro lado es mejor, supongo. Habría venido cada vieja
culona con el álbum de los autógrafos y un jarro de jalea hecha en
casa. -De ruibarbo -dijo Morelli-. Es la mejor. Pero
vale más que no vengan. -En cuanto a nosotros
-engranó Oliveira, realmente preocupado-, si lo estamos molestando no
tiene más que decirlo. Ya habrá otras oportunidades, etcétera. Nos
entendemos, ¿no? -Ustedes vinieron sin saber quién
era yo. Personalmente opino que vale la pena que se queden un rato. La
sala es tranquila, y el más gritón se calló anoche a las dos. Los biombos
son perfectos, una atención del médico que me vio escribiendo. Por un lado
me prohibió que siguiera, pero las enfermeras pusieron los biombos y nadie
me fastidia. -¿Cuándo podrá volver a su
casa? -Nunca -dijo Morelli-. Los huesos se quedan
aquí, muchachos. -Tonterías -dijo respetuosamente
Etienne. -Será cuestión de tiempo. Pero me siento
bien, se acabaron los problemas con la portera. Nadie me trae la
correspondencia, ni siquiera la de Nueva Zelandia, con sus estampillas tan
bonitas. Cuando se ha publicado un libro que nace muerto, el único
resultado es un correo pequeño pero fiel. La señora de Nueva Zelandia, el
muchacho de Sheffield. Francmasonería delicada, voluptuosidad de ser tan
pocos que participan de una aventura. Pero ahora,
realmente... -Nunca se me ocurrió escribirle -dijo
Oliveira-. Algunos amigos y yo conocemos su obra, nos parece tan...
Ahórreme ese tipo de palabras, creo que se entiende lo mismo. La verdad es
que hemos discutido noches enteras, y sin embargo nunca pensamos que usted
estuviera en París. -Hasta hace un año vivía en
Vierzon. Vine a París porque quería explorar un poco algunas bibliotecas.
Vierzon, claro... El editor tenía órdenes de no dar mi domicilio. Vaya a
saber cómo se enteraron esos pocos admiradores. Me duele mucho la espalda,
muchachos. -Usted prefiere que nos vayamos -dijo
Etienne-. Volveremos mañana, en todo caso. -Lo mismo
me va a doler sin ustedes -dijo Morelli-. Vamos a fumar, aprovechando que
me lo han prohibido.
Se trataba de encontrar un
lenguaje que no fuera literario.
Cuando pasaba la
enfermera, Morelli se metía el pucho dentro de la boca con una habilidad
diabólica y miraba a Oliveira con un aire de chiquilín disfrazado de viejo
que era una delicia.
...partiendo un poco de las
ideas centrales de un Ezra Pound, pero sin la pedantería y la confusión
entre símbolos periféricos y significaciones
primordiales.
Treinta y ocho dos. Treinta y siete
cinco. Treinta y ocho tres. Radiografía (signo
incomprensible).
...saber que unos pocos podían
acercarse a esas tentativas sin creerlas un nuevo juego literario.
Benissimo. Lo malo era que todavía faltaba tanto y se iba a morir
sin terminar el juego. -Jugada veinticinco, las
negras abandonan - dijoMorelli, echando la cabeza hacia atrás. De golpe
parecía mucho más viejo-. Lástima, la partida se estaba poniendo
interesante. ¿Es cierto que hay un ajedrez indio con sesenta piezas de
cada lado? -Es postulable -dijo Oliveira-. La partida
infinita. -Gana el que conquista el centro. Desde ahí
se dominan todas las posibilidades, y no tiene sentido que el adversario
se empeñe en seguir jugando. Pero el centro podría estar en una casilla
lateral, o fuera del tablero. -O en un bolsillo del
chaleco. -Figuras -dijo Morelli-. Tan difícil escapar
de ellas, con lo hermosas que son. Mujeres mentales, verdad. Me hubiera
gustado entender mejor a Mallarmé, su sentido de la ausencia y del
silencio era mucho más que un recurso extremo, un impasse
metafísico. Un día, en Jerez de la Frontera, oí un cañonazo a veinte
metros y descubrí otro sentido del silencio. Y esos perros que oyen el
silbato inaudible para nosotros... Usted es pintor,
creo.
Las manos andaban por su lado, recogiendo,
uno a uno los cuadernillos, alisando algunas hojas arrugadas. De cuando en
cuando, sin dejar de hablar, Morelli echaba una ojeada a una de las
páginas y la intercalaba en los cuadernillos sujetos con clips. Una o dos
veces sacó un lápiz del bolsillo del piyama y numeró una
hoja.
-Usted escribe,
supongo. -No -dijo Oliveira-. Qué voy a escribir,
para eso hay que tener alguna certidumbre de haber
vivido. -La existencia precede a la esencia -dijo
Morelli sonriendo. -Si quiere. No es exactamente así,
en mi caso. -Usted se está cansando -dijo Etienne-.
Vámonos, Horacio, si te largás a hablar... Lo conozco, señor, es
terrible. Morelli seguía sonriendo, y juntaba las
páginas, las miraba, parecía identificarlas y compararlas. Resbaló un
poco, buscando mejor apoyo para la cabeza. Oliveira se
levantó.
-Es la llave del departamento -dijo
Morelli-. Me gustaría, realmente. -Se va a armar un
lío bárbaro -dijo Oliveira. -No, es menos difícil de
lo que parece. Las carpetas los ayudarán, hay un sistema de colores, de
números y de letras. Se comprende en seguida. Por ejemplo, este
cuadernillo va a la carpeta azul, a una parte que yo llamo el mar, pero
eso es al margen, un juego para entenderme mejor. Número 52: no hay más
que ponerlo en su lugar, entre el 51 y el 53. Numeración arábiga, la cosa
más fácil del mundo. -Pero usted podrá hacerlo en
persona dentro de unos días -dijo Etienne. -Duermo
mal. Yo también estoy fuera de cuadernillo. Ayúdenme, ya que vinieron a
verme. Pongan todo esto en su sitio y me sentiré tan bien aquí. Es un
hospital formidable. Etienne miraba a Oliveira, y
Oliveira, etcétera. La sorpresa imaginable. Un verdadero honor, tan
inmerecido. -Después hacen un paquete con todo, y se
lo mandan a Pakú. Editor de libros de vanguardia, rue de l'Arbre Sec.
¿Sabían que Pakú es el nombre arcadio de Hermes? Siempre me pareció...
Pero hablaremos otro día. -Póngale que metamos la
pata -dijo Oliveira- y que le armemos una confusión fenomenal. En el
primer tomo había una complicación terrible, éste y yo hemos discutido
horas sobre si no se habrían equivocado al imprimir los
textos. -Ninguna importancia -dijo Morelli-. Mi libro
se puede leer como a uno le dé la gana. Liber Fulguralis, hojas mánticas,
y así va. Lo más que hago es ponerlo como a mí me gustaría releerlo. Y en
el peor de los casos, si se equivocan, a lo mejor queda perfecto. Una
broma de Hermes Pakú, alado hacedor de triquiñuelas y añagazas. ¿Le gustan
esas palabras? -No -dijo Oliveira-. Ni triquiñuela ni
añagaza. Me parecen bastante podridas las dos. -Hay
que tener cuidado -dijo Morelli, cerrando los ojos-. Todos andamos detrás
de la pureza, reventando las viejas vejigas pintarrajeadas. Un día José
Bergamín casi se cae muerto cuando me permití desinflarle dos páginas,
probándole que... Pero cuidado, amigos, a lo mejor lo que llamamos
pureza... -El cuadrado de Malevich -dijo Etienne.
-Ecco. Decíamos que hay que pensar en Hermes,
dejarlo que juegue. Tomen, ordenen todo esto, ya que vinieron a verme. Tal
vez yo pueda ir por allá y echar un
vistazo. -Volveremos mañana, si usted
quiere. -Bueno, pero ya habré escrito otras cosas.
Los voy a volver locos, piénsenlo bien. Tráiganme
Gauloises. Etienne le pasó su paquete. Con la llave
en la mano, Oliveira no sabía qué decir. Todo estaba equivocado, eso no
tendría que haber sucedido ese día, era una inmunda jugada del ajedrez de
sesenta piezas, la alegría inútil en mitad de la peor tristeza, tener que
rechazarla como a un mosca, preferir la tristeza cuando lo único que le
llegaba hasta las manos era esa llave a la alegría, un paso a algo que
admiraba y necesitaba, una llave que abría la puerta de Morelli, y en
mitad de la alegría sentirse triste y sucio, con la piel cansada y los
ojos legañosos, oliendo a noche sin sueño, a ausencia culpable, a falta de
distancia para comprender si había hecho bien todo lo que había estado
haciendo o no haciendo esos días, oyendo el hipo de la Maga, los golpes en
el techo, aguantando la lluvia helada en la cara, el amanecer sobre el
Pont Marie, los eructos agrios de un vino mezclado con caña y con vodka y
con más vino, la sensación de llevar en el bolsillo una mano que no era
suya, una mano de Rocamadour, un pedazo de noche chorreando baba,
mojándole los muslos, la alegría tan tarde o a lo mejor demasiado pronto,
todavía inmerecida, pero entonces, tal vez, vielleicht, maybe, forse,
peut-être, ah mierda, mierda, hasta mañana maestro, mierda mierda
infinitamente mierda, sí, a la hora de visita, interminable obstinación de
la mierda por la cara y por el mundo, mundo de mierda, le traeremos fruta,
archimierda de contramierda, supermierda de inframierda, remierda de
recontramierda, dans cet hôpital Laennec découvrit l´auscultation: a lo
mejor todavía... Una llave, figura inefable. Una llave. Todavía, a lo
mejor, se podía salir a la calle y seguir andando, una llave en el
bolsillo. A lo mejor todavía, una llave de Morelli, una vuelta de llave y
entrar en otra cosa, a lo mejor todavía.
-En el
fondo es un encuentro póstumo, días más o menos -dijo Etienne en el
café. -Andate -dijo Oliveira-. Está muy mal que te
deje caer así, pero mejor andate. Avisales a Ronald y a Perico, nos
encontramos a las diez en casa del viejo. -Mala hora
-dijo Etienne-. La portera no nos va a dejar
pasar. Oliveira sacó la llave, la hizo girar bajo un
rayo de sol, se la entregó como si rindiera una ciudad.
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